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Alberto Moyano

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Encendiendo diez velas por el periodismo

Mourinho abronca a sus jugadores en el vestuario y la reprimenda se filtra a la prensa. Mourinho confirma la veracidad de la noticia al volver a abroncar  su plantilla, circunstancia que, con todo lujo de detalles, vuelve a publicarse. En esencia, en esto consiste el periodismo, una profesión que en la facultades se define como el arte de escribir noticias que alguien no quiere leer. En realidad, hay en ocasiones en las que nadie las quiere leer, pero basta con que uno la quiera escribir y otro, publicar.

El oficio de contar en los medios de comunicación celebra hoy su día y pese a que el periodista nunca debe protagonizar la noticia, se aprovecha la ocasión para hacer recuento de bajas, evacuar a los heridos y enterrar a los muertos. Se dice que la profesión ha cambiado o, peor aún, está en tránsito de hacerlo, pero si el diagnóstico es errónero, será difícil acertar con el tratamiento.

Es su entorno el que ha cambiado hasta el punto de que antes los errores informativos se penalizaban en el quiosco y ahora se purgan -o lo que es aún más asombroso, a veces se gratifican- en Bolsa. Por eso, el consejo a los jóvenes aspirantes a periodistas es que perseveren en su empeño porque el esfuerzo acabará valiendo la pena, siempre y cuando carezcan de la más mínima vocación.

Dicen que dijo Hemingway que “el periodismo es la profesión perfecta, siempre que la dejes a tiempo”. Ahora, se ha facilitado el tránsito ya que puedes abandonar la tareas informativas sin necesidad de cambiar de empresa, dado los abultados recursos que éstas destinan a los departamentos dedicados exclusivamente a la observación de sí mismas.

Los que tanto saben de esto acusan a los periódicos de no abordar los temas que de verdad interesan al lector, pero obvian que cuando aciertan a hacerlo el resultado es ‘Bild’, tres millones de ejemplares vendidos cada día, una cabecera ausente en los cursillos sobre el futuro del periodismo porque su mera mención suena como un disparo que estropea el estupefaciente fluir del discurso. La sociedad más desarrollada de Europa puede soportar el oprobio, pero un país  tan maduro como España escupiría sobre su imagen en el espejo.

Hay cadenas de televisión que han elevado el vertido de residuos a la condición de arte, consiguiendo que el propio espectador se apunte voluntariamente a la recogida de basura plasma a plasma. Los beneficios de estas empresas son inversamente proporcionales al número de personas que confiesa ver sus programas.

Levantar la vista al cielo desde la silla de cualquier redacción supone contemplar a la evolución del buitre silvestre sobrevolando al aspirante a carroña criado en cautividad. Nunca estuvo tan grave un paciente como cuando el gasto en curanderos superó al invertido en medicinas. El truco radica en hacer creíble y hasta remunerable la farfolla teórica en un contexto en el que florecen los cursos y conferencias sobre cómo salir de la crisis, pero escasean los ejemplos prácticos.

Frente a los medios de comunicación se agita el espantajo de las nuevas tecnologías en la batalla por la inmediatez y en esto, los gurús tienen toda la razón. De hecho, los periódicos impresos son los únicos que aún no han dado la noticia de la muerte de Fidel Castro, en parte, porque aún no se ha producido.

En democracia, el pueblo es masajeado tan incesante como despiadadamente, da igual que adopte la forma de público de estadio, de votante o de lector. Acuñado bajo la ingeniosa denominación de ‘periodismo ciudadano’, el invento reactualiza la práctica más antigua del oficio: preguntar al que sabe para que puedas contarlo. Ahora, simplemente se ha decidido prescindir de de las barreras preventivas que impedían las intoxicaciones interesadas y, por lo general,  emitidas desde el anonimato.

Los periódicos no sólo sirven para estar al tanto de las cuestiones realmente importantes, sino llegado el caso, también para darles esquinazo. Obsérvese la liturgia que rodea el comentario de las noticias dentro de una habitación de hospital. El desplome de la economía o los chanchullos de la Casa Real pueden ser magníficas maniobras de distracción en el ámbito doméstico, quizás los únicos de evitar que la evolución del paciente monopolice la jornada. Por decirlo de otra forma: en un producto tan perecedero como es un diario, la única forma de escribir algo que merezca la pena dos lecturas es imaginar que el texto sólo tendrá como destinatarios a una persona hospitalizada y a su acompañante.

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