A cualquier persona apasionada por algo le encanta debatir en torno a ese tema. Sobre este principio se han levantado las redes sociales y los políticos, que tanto gustan de reinvidicar su condición humana, no son ajenos a esta pulsión. Por eso, su irrefrenable tendencia a rehuir los debates hay que interpretarla como una muestra del profundo asco que les suscita su propia actividad profesional. No obstante, llegado el momento en el que carecen ya de toda opción de ganar, están dispuestos a hacer una excepción y a reclamar que su rival se siente frente a ellos en un plató de televisión para debatir libremente, según las reglas que rigen la narración de ‘The Artist’, esto es, la gesticulación y el aspaviento como sustitutivos de la palabra.

Arenas no se salta el debate electoral de las elecciones andaluzas por el miedo a defraudar al electorado, sino por la precaución de sus jefes. Todo el PP sabe de qué pasta está hecho el candidato popular a la Junta de Andalucía, pero lo único que la dirección del partido le exige es un mínimo de discreción sobre su indisimulable condición de insolvente. Desde este punto de vista, arrastrarle a un debate público sería como llevar a un alcohólico a los sanfermines.

Antes que confrontar ideas y argumentos, los políticos prefieren -y en campaña electoral ya no digamos- intecambiar desplantes y ausencias. El reciente debate electoral entre Rajoy y Rubalcaba, acordado según las ancestrales reglas del karaoke, demuestra que dos candidatos políticos pueden monologar durante horas mutuamente sin someterse al engorro de establer contacto alguno entre sí. Elvis ha grabado algunos de sus mejores duetos postmortem con cantantes que no habían nacido cuando él falleció.

En el caso de los líderes políticos, la mayoría aborrecen ejercer de solistas, se sienten de natural más cómodos formando parte del coro de castratis que son las ejecutivas de los partidos. Para qué pensar cuando puedes obedecer o incluso simular que obedeces. Vean los esfuerzos asonantes y consonantes, una vez llegado al gobierno, de quien se autodefinió como un verso libre dentro del partido. Trabajar denodadamente es la opción que les queda a quienes no están especialmente dotados para la adulación en su versión más zafia.

Si Arenas ha podido permitirse el lujo de pulverizar todas las marcas conocidas en materia de derrotas electorales, hasta el punto de que a día de hoy aún está por estrenarse, no ha sido porque el pueblo andaluz sienta especial devoción hacia su figura, sino porque su partido no ha encontrado a otro candidatos en condiciones de escoltar sus humillantes batacazos con tanta soberbia. En cuanto a responder a las preguntas, de los periodistas, ni hablar, valga la redundancia. Al fin y al cabo, el mejor discurso que ha pronunciado este hombre hasta la fecha consiste en una foto en la aparecía sentado frente -sobre- un limpiabotas.