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Alberto Moyano

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La inseminación artificial acabó con el día del padre

Vaya por delante que en el País Vasco el Día del Padre ya no es festivo, algo que choca notablemente en una comunidad antaño obsesionada con ‘La casa del padre’. Sin embargo, atribuiremos la abolición de la festividad tanto a los cambios experimentados en los nuevos modelos de familia como al estallido de la burbuja inmobiliaria, que ha sumido el caserío en niveles de bono-basura.

Pese a esta abolición de la fiesta, éste es un día tan apropiado por cualquier otro para recordar que un buen padre, para serlo, ha de cumplir una serie de preceptos. A saber: obediencia, disciplina, capacidad de aprendizaje y una actitud abierta que le permita no incurrir en los mismos errores que su hijo.

Un padre ejemplar no intenta que su hijo herede sus virtudes, sino que se limita a hacer suyos los defectos de la criatura porque lo importante es compartir idénticas pasiones. En teoría, hay casi tantas formas de ser padre como de ser hijo, pero en la práctica la pujante creatividad del segundo se impone a la fatigada imaginación del primero. Un buen padre es, antes que nada, un ser sometido, de tal forma que un melómano puede acabar perfectamente pasando los fines de semana aferrado a los mandos de la playstation. A modo de consuelo, se dirá que no son actividades incompatibles, pero todos sabemos que sí lo son.

Uno de los momentos álgidos de la paternidad consiste en poner al día al niño sobre una espinosa cuestión: en efecto, los Reyes Magos son los padres. La afirmación suele volverse en su contra porque el nene interioriza el anuncio a la inversa: los padres son los Reyes Magos. A partir de esa creencia, el padre se verá inmerson en una vorágine de multiactividades, tan exigente como estéril, cuyo único objetivo será evitar la decepción filial.

Al poco tiempos, todo este esfuerzo se revelará inútil. De hecho, no tendremos una sociedad igualitaria hasta que la pulsión freudiana de ‘matar al padre’ se haga extensible también a la madre. En cuanto a su complemente necesario, el complejo de Edipo, también peca de sexismo: en una familia sana el niño debería estar al menos tan enamorado de su padre como de su madre, única forma de aborrecer por igual a los dos.

La vida acostumbra a zumbarnos donde más nos duele. Así, los hijos de los proletarios suelen salir pequeño-burgueses; los de los austeros, despilfarradores; los de los abnegados, indolentes; y los de los católicos fervientes, pecadores compulsivos. Este mecanismo permite que a una generación progresista le siga otra reaccionaria. Hay que asumir que apenas hubiese habido antifranquistas si los franquistas no se hubieran reproducido con tanta generosidad. Sólo desde esta perspectiva se entiende que los viejos marxistas de ayer contemplen embelesados hoy cómo sus vástagos protagonizan chispeantes anuncios de bolsos y complementos.

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