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Alberto Moyano

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La trola más grande jamás contada

“En aquel tiempo, el estallido de la burbuja inmobiliaria provocó un ERE en una carpintería de Nazaret, que dejó en el paro a un tal Jesús, pasando a engrosar ese 60% de jóvenes que no encontraba empleo. En busca de nuevos modelos de negocio, decidió probar suerte entre el gremio de los profetas. Allí, comprobó que los recortes en Sanidad y Educación habían abierto un filón de oportunidades para emprendedores de raza, así que, sin más dilación, se puso a curar a los leprosos, a devolver la vista a los invidentes y a resucitar a los muertos, prestaciones que hasta entonces tan sólo ofertaban las clínicas privadas. Pronto, la ‘troika’ comunitaria advirtió a las autoridades de Galilea que, en epocas de sacrificios, estas prácticas estaban mal vistas. De hecho, cuando nuestro hombre convirtió el agua en vino y el cosechero en crianza, los mercados reaccionaron con virulencia, poniendo la prima de riesgo por las nubes, incluso en días de cielos completamente despejados. El hecho de que la Comisión de Valores Bursátiles le acusara de alzamiento de bienes, falsificación de documentos públicos y cohecho impropio de alguien de su alcurnia, no impidió que prosiguiera perfeccionando las actividades de su empresa, al frente de cuyo consejo de administración siguió repartiendo dividendos. Las inversiones en I-D+i le permitieron lograr nuevos éxitos en el mercado, como la multiplicación de los panes de molde y la de los peces de piscifactoría, estos últimos reconvertidos en ocasiones en ejemplares de extracción. Tanto desmán y tanto desprecio por las leyes de mercado no podían pasar desapercibidas a ojos de las autoridades monetarias que, temiendo por la estabilidad del euro, procedieron a la detención del tal Jesús bajo los citados cargos, al que añadieron uno de intrusismo profesonal por caminar sobre las aguas sin el carné de patrón de yate. A modo de anécdota, señalar que durante el arresto el acusado se autolesionó aprovechando un despiste de los centuriones que le custodiaban, propinándose doscientos latigazos y colocándose una corona de espinas que, siguiendo siempre las instrucciones de su organización, llevaba oculta en un zapato. En cuanto al testigo protegido que le denunció, en lugar de las treinta monedas de plata prometidas, prefirió cobrar su recompensa en acciones en compañías eléctricas. El desplome de la cotización de este metal en los días siguientes avaló su buena vista para los negocios, dicho sea de paso. En cuanto a Jesús, la sentencia fue de muerte en la cruz, pero cómo estarían de mal las cosas en la judicatura, que tuvieron que utilizar el mismo clavo para los dos pies debido a la política de recortes en los gastos de mantenimiento. Estando ya en la cruz, un soldado romano le clavó una lanza en el costado, pero luego la desclavó y se la llevó, ya que la Fundación de Ayuda contra la Crucifixión hacía tiempo que había suspendido el programa de intercambio de lanzas con el que intentaba combatir la propagación de enfermedades infecciosas. Y cuentan los testigos, que cuando Jesús exhaló su último suspiro de vida, los cielos se cerraron y sin previo aviso, empezó a sonar a toda pastilla el ‘Lau teilatu’ -los más tremendistas aseguran incluso que en la versión de Erentxun y Montero-, en lo que en cualquier caso fue considerado unánimemente como una prueba definitiva de que alguien se estaba cabreando y mucho allá arriba. Posteriormente, el cadáver de Jesús fue enterrado en un modesto nicho y aunque estaba previsto que resucitara al tercer día, la política de ‘camas calientes’ le obligó a hacerlo el segundo, ya que necesitaban la tumba para enterrar a otro profeta. Y así, maltrecho pero con el ánimo intacto, sabiendo que crisis y oportunidad se escriben igual en chino, Jesús cogió su título de carpintero, su máster en milagros improbables y sus cuentas en el extranjero, y embarcó en el primer vuelo de Ryanair con destino a Alemania. Palabra de Wall, te alabamos, Street. Podéis sentaros”.

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