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Alberto Moyano

El jukebox

En memoria de Levon Helm

Es obvio, pero a veces conviene recordarlo: en el principio fue el rock’n’roll. “Nunca nos pusimos vestidos (…) ni nos maquillamos la cara. Nunca hicimos estallar ninguna bomba en el escenario (…) Nunca nos pusimos pantalones ajustados ni grandes anillos de turquesa. Que yo recuerde, nunca meamos en el escenario ni tiramos ninguna televisión por la ventana. Pero hoy el negocio de la música se ha convertido en algo parecido a Vietnam: unos pocos ganan un montón de dinero, hay otros que prefieren no pensar y en cinco años apenas quedará nada que no sea una mierda”.

Lo dejó dicho Levon Helm, quien durante dieciséis años y algunos más fuera el batería de The Band, uno de sus vocalistas y quién sabe si el creador de algunas de las canciones del grupo, con permiso de Robbie Robertson, que fue quien acreditó a su nombre prácticamente todas. Parece ser que el segundo ponía letra y música a las historias que el primero le contaba. En todo caso, todo esto es tan sólo materia para estudiosos. Lo único incuestionable es que mientras permanecieron juntos, los miembros de The Band levantaron ciudades y pueblos musicales a base de contar y cantar historias del viejo sur, de la vida en la carretera -que consume más aliento que gasolina- y del miedo a subir a un escenario que te atenaza algunas noches. Cuando en 1976 se separaron tras esa celebración de la intensidad que fue ‘El último vals’, ninguno de ellos volvió a componer un solo tema memorable. De sus cinco miembros, ya sólo quedan vivos el un tanto desubicado Garth Hudson y el más listo -dicho sea como sinónimo de emprendedor-, Robbie Robertson. Nos visitó hace una década para, a falta de canciones que interpretar, asistir a la presentación de la exposición de Armani en el Guggenheim de Bilbao. He aquí otra lección de vida sobre la que no hay mucho más que decir.

Para dar cuenta del carácter de Helm -se cambió su nombre de Lavon por el de Levon ante las dificultades de sus compañeros para pronunciar correctamente el original-, baste redordar su reacción a los insultos que parte del público dedicaba, noche tras noche, a Bob Dylan y The Band cuando el primero de ellos dejó el folk acústico y electrificó su música, Levon hizo el petate y en mitad de la gira se largó trabajar a una plataforma petrolífera. Allí permaneció durante un par de años, hasta que sus compañeros le persuadieron para que volviese. Resultaría ocioso cualquier intento de imaginar semejante actitud en los tiempos de Lady Gaga.

Multiinstrumentista, al igual que todos sus compañeros, Helm fue además el propietario en usufructo de una voz imperial que se evaporó para siempre en 1996, cuando le diagnosticaron un cáncer de garganta, porque ya se sabe cómo es la vida, siempre te pegará donde más te duela. El repertorio del grupo es amplio y en youtube hay tanto de todo que no necesitas ni elegir, pero si pinchas ‘Litle John of God’, de Los Lobos, no necesitarás que nadie te diga cuál es la única estrofa que canta Helm porque sus cuerdas vocales son esa especie de mandolina que sacude la canción con un temblor de 9,9 en la escala Richter.

A veces pienso que he dedicado a más tiempo de mi vida a escuchar música que a escuchar a mis padres, seguramente, porque es completamente cierto. He dicho ‘escuchar’, no ‘oír’. Cualquier edad es muy difícil, pero hay una en la que tienes que elegir a quién dejas y a quién no dejas entrar en tu habitación y, para bien o para mal, yo elegí a The Band. Al parecer, Levon Helm ha muerto esta noche. Estaba en su perfecto derecho. Que la tierra le sea leve.

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