Cuando el pasado viernes Guardiola convocaba al Planeta Tierra para anunciarle eso de “me he vaciado, necesito volver a llenarme”, el universo entero se puso de pie para saludar la noticia con idéntica ovación a la que le hubiera dedicado si hubiera dicho “me he llenado, necesito volver a vaciarme”. No obstante, todos hemos acabado por asumir que esa frase reversible oculta una revelación de gran calado. Ya no es que el mensaje sea el medio, si no que el primero ha devorado al segundo cortésmente en un menú de plato único.
A partir de ese momento, se abrieron las puertas del Parnaso -que es algo casi peor que las del infierno- y no hubo rapsoda, ni vate que no glosara las virtudes del catalán. Han pasado 72 horas y Asurancetúrix aún continúa tañendo la lira. Se han llegado a publicar artículos cuyos autores desentrañaban la biografía de Guardiola a través de un pormenorizado recuento de los pelos que ha perdido en estos últimos cuatro años, no digo más. Estoy dispuesto a aceptar resignadamente que el fútbol sea una metáfora de la vida o incluso al revés, pero empiezo a considerar un acto de abierta hostilidad la lectura de los santos evangelios de Guardiola, según cualquiera.
Lo más probable es que Pep tan sólo haya actuado durante todo este tiempo dejándose llevar por el dictado de su carácter, pero ya se sabe, siempre hay gente agazapada dispuesta a convertirte, a la que te descuidas, en un ejemplo a seguir. El entrenador del Barça se retira después de haber agotado todos los adjetivos, ahora toca que todos los adjetivos nos agoten a nosotros.
Hace algún tiempo, pongamos por caso, un tal Alberto Ormaetxea podía ganar con el más modesto de los equipos un par de Ligas y llegar a semifinales de esa cosa que ahora llaman pomposamente la Champions, sin convertirse de inmediato de víctima de los buscadores de Brians. Sin embargo, ahora empiezas a ver descuidadamente un partido de fútbol y al finalizar, no sólo conoces los nombres y apellidos de todos los jugadores, sino que durante el descanso has visto a sus madres anunciar yogures, has abrazado la filosofía vital del entrenador y hasta te has formado una opinión acabada sobre su segundo, ya sea Tito Vilanova o Karanka. En este punto, me pregunto si el mundo supo de la existencia de Boronat, me respondo que no y añado que es lo normal.
La retirada de Guardiola constituye, sin duda, un drama, pero no tanto para los amantes del buen fútbol, que también, como para el resto de los mortales. Mientras trabajaba para Qatar, al menos se mantenía ocupado preparando un partido del siglo tras otro. Ahora, nada le impide entregarse de cuerpo y alma a la actividad criminal de moda, esto es, propinar charlas y conferencias sobre la gestión de grupos, el éxito en la crisis o el liderazgo convulso. Cruyff ya lo hizo antes.
Si estamos condenados a vivir en una sociedad anónima deportiva de la que no es posible apostatar, quisiera reivindicar el derecho inalienable a ser un asocial, consciente de que ni aún así me liberaré de las obligaciones inherentes a la condición de accionista involuntario del club de tus amores. No es que no sienta los colores, es que soy daltónico. En cuanto a las camisetas, las veo en blanco y negro por entero, si exceptuamos el nombre del patrocinador.