Por desgracia para todos nosotros, la realidad tiende a ser una cosa la mar de prosaica y, desde luego, jamás tan interesante como la imaginan los heraldos del pecado, esos hombres en apariencia corrientes, pero dotados de superpoderes que les permiten ver el pecado por todas partes, alabemos al señor, te rogamos, óyenos.
Ha tenido que salir al paso el ¿obispo? Munilla para alertar sobre los peligros a los que los canales de televisión nos exponen en sus programación nocturna, al parecer, plagados de pornografía y tarot, para que nos enteremos de que disponemos de todo un placer al alcance de la mano. Aviso que se están creando expectativas sin base real, podríamos hablar de ‘burbuja de pecadora’ sin exagerar un ápice.
Respecto a la primera, su ¿ilustrísima? no aporta más datos ni información de servicio que nos permitan sintonizar esos pérfidos canales de televisión. Así, donde los demás tan sólo vemos la enésima repetición de ‘El príncipe de Bel Air’, el ¿afortunado? clérigo lo mismo está admirando ‘El imperio de los sentidos’, por poner un ejemplo con barniz cultureta. No olvidemos que Munilla es un fervoroso admirador de esa película en la que un puñado de fornidos hombres en minifalda se pasan el día azotando a uno tío en paños menores. ‘La pasión’, según Mel Gibson, creo.
Volviendo al tema, cómo ha llegado el ¿devoto? obispo a manejar tan exhaustivo conocimiento de los abismos catódicos nocturnos es una pregunta que no cabe responder sin abrir la caja de Pandora, dado que la emisión de pornografía en abierto está prohibida desde hace tiempo. Claro que siempre queda el recurso a los canales de pago, pero insiuar tal cosa si quiera es horrible en el caso que nos ocupa.
En cuanto a los juegos de cartas, hay que tener la vocación pecadora muy acendrada para experimentar cualquier tipo de baja pasión, dado que al menos en apariencia, resulta un tostón incomparable, hablamos de un anti-espectáculo que podría considerarse el auténtico inhibidor del vicio en cualquiera de sus formas conocidas.
Pues bien, a pesar del desafío que supone trabajar con esos materiales, la palpitante prosa del ¿prelado? resulta convincente al punto de que casi te podría persuadir para que pasaras la noche en vela fretea a la pantalla de plasma, a partir de las 00.00, ‘de plasta’ (siendo magnánimos con la parrilla televisiva), a la espera de algún atisbo de frenesí o algo remotamente parecido.
Si lo importante no es lo que vemos, sino los ojos con los que lo miramos, entonces Munilla es la síntesis perfecta entre Paolo Vasile y Hugh Hefner. Ningún canal podría haber orquestado una campaña publicitaria tan tentadora como la de su ¿santidad? guipuzcoana. Por lo visto y siempre según el incendiario relato de este hombre de dios, la programación nocturna da respuesta a las grandes preguntas que el hombre postmoderno viene formulándose desde tiempos de las cavernas. Y lo que es aún mejor, lo hace de forma fraudulenta, mediante los señuelos del sexo más abyecto y el recurso a las pulsiones más inconfesables, ahorrándonos así la molesta confrontación con la tediosa realidad, siempre tan presta a responder lo que nadie le ha preguntado.
Para acabar de un plumazo con tanto desenfreno y, de paso, devolver al público-consumidor al buen camino, Munilla propone algo así como ‘qué tal si nos pasamos la noche compartiendo el evangelio’, una idea que denota una falta de compasión asombrosa hasta en un católico practicante.
Si de lo que se trata es de salvar el alma del espectador nocturno, convendría ir situándose en un escenario de batalla perdida: para cuando llega al sexo, al tarot y, en definitiva, a la depravación, cualquier espectador medianamente corrompido carga ya sobre sus espaldas con varios telediarios, un par de ‘realities’ y algún que otro partido del siglo, amén de varias series policiales en las que el asesino siempre se deja olvidado medio espermatozoide en la escena del crimen. Comprenderá su ¿excelencia? que, a esas alturas, un naipe más o un naipe menos no va ya a ninguna parte.