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Alberto Moyano

El jukebox

Lanzamiento de niños africanos en el gimnasio de la moral

A pesar de que cada vez que alguien contrapone el sufrimiento de los “niños africanos” a cualquier otro drama, la maniobra retórica denota que tanto una tragedia como la otra se la traen al pairo, este recurso verbal aún se mantiene en uso, podría decirse que incluso con una marcada tendencia ascendente.

La última en recurrir al “niño africano” ha sido la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, quien para demostrar en público cuán desgarradora es su zozobra emocional, ha declarado a ‘The Guardian’ que su sufrimiento por la infancia nigeriana le bloquea cualquier tipo de compasión hacia los niños griegos, al fin y al cabo, hijos del fraude fiscal en todas sus formas conocidas. Posteriormente, Lagarde ha matizado que su adoración por la infancia es más bien ilimitada y ésta incluye, por supuesto, también a los niños griegos.

Al igual que el rey, Lagarde también padece de insomnio. Para entretener sus noches, uno ha escogido la tasa de paro juvenil y la otra, la situación en las “escuelitas” de Níger, dos dramas más o menos difusos y sobre cuya situación sus imaginarios les permiten inhibirse, por más que cualquiera con algo corazón empezaría por examinar cuáles han sido las consecuencias de la actuación del FMI en el África subsahariana.

“Los niños africanos” son el objetivo prioritario de todo tipo de asociaciones redentoras sin ánimo de lucro, pero las prestaciones morales que, en sus miserables condiciones de vida, esos mismo niños devuelven a Occidente resultan de un valor incalculable. No hay hecho luctuoso que no palidezca frente a la mera mención de “los niños africanos”, así en general, no hace falta entrar en detalles.

Las peores matanzas, los más sangrientos atentados, las represiones más salvajes suelen ser colocadas de inmediato al lado de “los niños africanos” para que todos veamos la desproporción de nuestra cotidiana insensibilidad. El hecho de que prácticamente nadie conozca a alguno de estos populares “niños africanos” contribuye a diluir el luto en un magma de contornos imprecisos.

Los ‘nada-humano-me-es-ajeno’ -una mutación del alma que data apenas del siglo pasado- manejan una amplia escala de dolores que va del “cero” a “los niños africanos”, siendo el primero “mucho dolor” y el segundo, un “dolor total insoportablemente llevadero”. Cuando coinciden en el tiempo -y lo hacen con frecuencia-, éste anula a aquél. Al fin y al cabo, así como el dolor concreto puede ser insondable, el abstracto tiende a quedarse en lo epidérmico, mucho más confortable a corto, medio y largo plazo.

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