En el transcurso de su declaración ante el fiscal del pasado 20 de abril -cumpleaños de Hitler, dicho sea esto último en un intento desesperado por posicionar el post en lo alto de Google-, la secretaria de Iñaki Urdangarin formuló en voz alta esa pregunta que, en algún momento de nuestras vidas, todos hemos querido hacernos a nosotros mismos: “¿Qué hay de malo en tener una cuenta en Suiza?”. Por desgracia, sólo unos cuantos elegidos están en condiciones de contestar con propiedad, al margen de que la respuesta elegida sea ‘mucho’ o ‘nada’.
No obstante, el celo con el que los titulares de esas cuentas preservan sus identidades alimenta la sospecha de que quizás algo malo sí que hay, si excluimos que su conducta discreta obedeza a que los acaudalados son de natural muy modestos. De hecho, no hay organismo deportivo internacional que fomente el juego limpio -de la FIFA al Comité Olímpico Internacional- que no disponga de una o varias en el entramado bancario del país de los quesos.
La pregunta revela una curiosidad sin límites por cualquier aspecto de la vida, por banal que sea, que habla mucho y muy bien en favor de su autora, pero como aquí todo el mundo tiende al exceso, la asistenta personal, que responde al improbable nombre de Julita Cuquerella, no se conformó con dejar su interrogación flotando en el aire, sino que quiso rematar: “¿No es lo mismo Suiza que Zaragoza?”, inquirió. Y esta segunda cuestión ya es de las que te deja un rato pensativo por la notable complejidad que entraña debajo de su aparente simpleza binaria. En este caso, las posibles respuestas se reducen a un ‘sí, es lo mismo’ o a un ‘no, ni por el forro’.
Cuquerella, apellido que en sí mismo ya anuncia una vida atribulada el el terreno judicial, apunta maneras de rotwailler dialéctico, si tenemos que fiarnos de la transcripción del interrogatorio. A las preguntas del fiscal, la asistenta personal de Urdangarin replica con otras preguntas que suenan a bofetada. Al final, si el yerno del rey es condenado siempre podrá alegar que la culpa fue de las malas compañías.
A la espera de que la Chunta aragonesista se pronuncie, Julita podría dirigir el objeto de sus dudas metafísicas a su propio jefe, de quien no consta que disponga de cuenta corriente alguna en tierras de la Virgen del Pilar, pese a que rima con ‘pillar’. Sí las tienen en Suiza, mucho peor comunicado que Zaragoza con su mansión en Pedralbes.
En tanto se despejan las dudas, habrá que seguir cavilando sobre la pregunta perfecta. “¿Qué hay de malo en tener una cuenta en Suiza?” A falta de conocer la opinión de Krugman, me inclino por pensar que la respuesta correcta es ‘mucho’ -entendido como superlativo de ‘mejor’-, y si se finalmente confirmara una vinculación de esta cuenta con actividades delictivas, me reafirmaría en mis conclusiones. Todo lo que de malo pueda tener una cuenta en Suiza palidece en mi calenturienta imaginación al lado de las innumerables ventajas que ofrece. Por de pronto, Urdangarin tiene al menos la certeza de que no pasará por la humillante experiencia de ver cómo se rescata su banco con su propio dinero, cosa que los demás no podemos decir.