Admito mi absoluta ignorancia en torno a cualquier asunto macroeconómico, pero a modo de prevención, desconfío radicalmente de cualquier cifra que no pueda ser cantada en apnea por los niños de San Ildefonso. Y me temo que entonar “62.000 milloooooooooones de euuuuuuuuuuros” queda por encima de sus posibilidades pulmonares. No obstante, la cifra tiene ese halo de inaprensible irrealidad que la emparenta lo mismo con la mitad que con el doble, de tal forma que te deja frío. Me conformo con saber cuánto nos saldrá a pagar cada mes y durante cuántos años.
Ésta es la cantidad en la que los expertos auditores han cifrado el coste del rescate bancario español. “En el peor de los escenarios posibles”, han precisado los agudos inspectores en un rapto de humor, como si no estuvieran hablando de un país que ha pulverizado de largo todas y cada una de las previsiones más apocalípticas que se hayan formulado en los últimos años.
Si algo hemos aprendido es que “el peor de los escenarios posibles” es un lugar cuyo topónimo siempre termina en el sufijo -paña. Sirva como ejemplo el predicamente del que aún disfruta Paul Krugman, otro experto que se ha ganado un merecido prestigio como sagaz analista a base de dibujar el peor escenario imaginable y, a partir de ahí, augurar que la situación devendrá en breve a peor.
Lo que no se termina de entender es por qué hemos pedido una “línea de crédito” -en afortunada expresión de Mariano- por 100.000 millones de euros cuando nuestras necesidades en ningún caso superarán los 62.000. ¿Estaremos cayendo de nuevo en el sobreendeudamiento? ¿Qué van a hacer con los 38.000 restantes? Se ignora, pero todo esto evoca poderosamente aquellos tiempos en los que la gente firmaba hiperpréstamos para adquirir una vivienda y con lo que le sobraba, la amueblaba, renovaba el parque móvil y se iba de vacaciones. Sus nietos saldarán la deuda.
Dicen que en alta mar, las tormentas con aparato eléctrico enloquecen las brújulas. La primera consecuencia de la crisis ha sido la pérdida de nuestra maltrecha capacidad de asombro. Hoy en día los ministros del Ecofin te explican que el banco con el que contrataste la hipoteca requiere que le prestes tus ahorros a fondo perdido y ya ni parpadeas. Quizás lo más doloroso no sea la certeza de que zanjaremos antes nuestros créditos-vivienda que el que las autoridades acaban de contraer en nuestro nombre con ese mismo banco. Sólo hay una cosa más humillante que no poder devolver un favor y es no poder devolver una afrenta.
En este escenario, se comprende mejor la negativa del Gobierno a crear un banco malo. Sería superfluo, amén de redundante: los tenemos por docenas. La proeza consistiría en fundar, no digo ya uno bueno, pero al menos sí dos mediocres, un terreno en el que nos manejamos con soltura gracias a la dilatada experiencia acumulada.