Cualquier observador imparcial que por la mañana asistiera a la juerga que en la bancada popular provocaban los recortes que iba anunciando Rajoy y por la tarde viera la corrida de toros sanferminera llegaría a la conclusión de que las peñas navarras se aburren como hongos en el tendido de sol. Desde un punto de vista estrictamente sádico, tiene su lógica: mientras que lo peor que podía pasar en el coso era que el animal se cepillara al torero, en el Congreso de los Diputados se atropellaba a todo el país de una sola embestida.

De registrador de la propiedad a recortador de la misma, Rajoy ejerce ya de gobernador civil de Bruselas pleniimpotenciario. La frase “las circunstancias han cambiado, luego tengo que…” debería concluir con “…. dimitir y convocar elecciones de inmediato”, pero Mariano no ceja en su empeño de no hacer nada, disciplina que domina a la perfección, así que remata con un desolador “… adaptarme”. Invito al ejercicio intelectual de imaginar qué pasaría si el lector esgrimiera idéntico argumento ante su entidad bancaria para anunciar el impago de su hipoteca.

El caso es que el plusmarquista gallego de los incumplimientos no tiene nada que temer. Si convocara a las urnas mañana mismo, le votarían todos los que ya lo hicieron el 20-N, más Rubalcaba y Zapatero, los dos únicos españoles cuya situación ha mejorado notablemente en estos últimos siete meses. Así como el votante de derechas premia la corrupción de sus electos y el de izquierdas la penaliza, ambos encajan con idéntico estoicismo e impavidez el incumplimiento a pies juntillas de los programas electorales que votaron. Quienes hace unos meses proferían a gritos el ‘No más IVA’ se aferran ahora al “por lo menos no niega la crisis” como un borracho a su farola preferida.

La supresión de la paga navideña a los funcionarios constituye el mayor ataque a la familia tradicional desde el 23-F; la subida del IVA, una invitación al fraude fiscal como no se conocía desde los tiempos de Matas y Urdangarin; y la rebaja en las prestaciones de desempleo, una canallada cuya coartada semántica -estimular la búsqueda de un puesto de trabajo- sólo puede atribuirse a alguna sabandija.

Rajoy dijo que haría “las cosas como dios manda” bajo el dictado del “sentido común”, pero ahora se descuelga con que “no podemos elegir”. Bajo esas dos premisas, podremos alegar que nos ha mentido, pero no que nos ha engañado. El sentido común hace tiempo que fue privatizado. En cuanto a dios, al parecer efectivamente ha muerto. Lo que no sabíamos es que de risa y despatarrado en su escaño en el Congreso de los Diputados.