Cuando el Partido Popular anunció que se opondría a la subida del IVA, sus simpatizantes sacaron a la calle las mesas petitorias de recogida de firmas con el mismo entusiasmo con el que ahora defienden el incremento del impuesto bajo el argumento de que “no podemos elegir”. Si Rajoy rectificara hoy mismo y anunciara una bajada fiscal, se sumarían con idéntico fervor a la medida, al grito de “Europa no puede decirnos lo que debemos hacer”. Esto no quita para que si el presidente del Gobierno recula el viernes, sus votantes vuelvan a rectificar para adaptarse a las circunstancias cambiantes, esa jaima que les une en lo esencial más allá de diferencias puntuales que no son tales en realidad.
Si a un liberal de pro la izquierda le sube los impuestos irrumpirá airado al grito de “donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los ciudadanos”; si lo hace la derecha, concluirá tras una enjundiosa reflexión que es hora de que el estado aumente la recaudación de dinero para proceder a una mejor redistribución del mismo.
Si el Partido Popular recurre al Constitucional contra la ley del matrimonio hommosexual sobre la base de que no puede exitir matrimonio entre dos personas del mismo sexo, hombres y mujeres del PP harán suyo el argumento como -valga la paradoja- un solo hombre, pero la misma adhesión inquebrantable cosecharía la medida si las objeciones se dirigieran contra la palabra ‘homosexual’: “En efecto, se trata de matrimonio homoerótico”, alegarían siempre de acuerdo con las instrucciones recibidas.
Si a un votante del PP le propones sucesivamente que el 11-M fue obra de ETA, de los servicios secretos marroquíes, de opacas fuerzas izquierdistas incrustadas en los aparatos del Estado al servicio de Rubalcaba o incluso de las tres cosas a la vez, abrazará sin rechistar las cuatro teorias en el mismo orden en el que le sean formuladas, bien es cierto que, incapaz ya de seguir la trama que lleva de Josu Ternera a la Orquesta Mondragón pasando por Mina Conchita, resumirá sus conclusiones en torno a este acontecimiento bajo un genérico “lo que está claro es que no sabemos toda la verdad”.
Si una energúmena con correaje profiere desde su escaño un “que se jodan” dirigido a los parados, sus incondicionales saltarán al ruedo para proclamar que en realidad se refería al Grupo Socialista e incluso certificarán que sus palabras exactas fueron “que os follen”. Que los ‘rojos’ no se agradecieran de inmediato con un “que dios te oiga” evidencia tan sólo el agresivo laicismo que profesan.
Al votante conservador se le puede contar prácticamente cualquier cosa porque su pensamiento trabaja al servicio de las circunstancias y éstas, como siempre lo hacen, ya han cambiado apenas haya terminado el relato. Para qué adoptar un argumento, si puedes comprártelo y para qué comprar algo que se va a devaluar si lo puedes alquilar. Existe la derecha, pero no la ideologia de derechas, una entelequia que apenas va más allá del firme convencimiento de que en un régimen de libertades la realidad debe permanecer sometida al dictado de la mayoría absoluta. De formación católica, al votante conservador tanto le da que Cristo caminara sobre las aguas antes o después de haberlas convertido en vino, detalles reservados al terreno de la teología. Rajoy es el único candidato del mundo en disposición de ganar unas elecciones generales tanto con un programa electoral como con su contrario, y este fenómeno no obedece únicamente al hecho ya probado de que rehusaría explicar cualquiera de los dos, sino a que nadie desearía escucharlos por resultar del todo innecesario.