La situación actual es el resultado de la imposible convivencia entre unos sindicatos vegetarianos y una patronal carnívora. La propuesta del Círculo de Empresarios Españoles de arrear “un hachazo” a la Sanidad pública y ampliar el copago se inscribe en su incesante búsqueda de nuevos modelos de negocio. Así, la máxima de Balzac de que “detrás de toda gran fortuna hay uno o varios crímenes” ha periclitado. En una nueva vuelta de tuerca, se pretende que los crímenes ya no precedan a las fortunas, sino que las sucedan.
Piden los empresarios que cada entrada en Urgencias que no desemboque en el ingreso hospitalario del paciente se penalice con veinte euros. La propuesta daría lugar a situaciones la mar de divertidas si conoces el caso de algún paciente que fue ingresado a la tercera comparecencia, tras saldarse con sendos fracasos las dos ocasiones precedentes en las que presentó los mismos síntomas y fue sometido a idénticas pruebas, aunque con diferentes resultados, Hipócrates sabrá el motivo exacto.
Si el enfermo está lo bastante grave como para ser ingresado se ahorrará los veinte euros, aunque si su estado reviste la gravedad sufi9ciente como para permanecer en el hospital más de seis días tendrá que abonar los gastos que se desprendan de su estancia. En cuanto a los trasplantes, nuestros más preclaros empresarios proponen reservar los órganos donados para pacientes en perfecto estado de salud. “No se puede donar un hígado a un alcohólico”, han proclamado, en la que a mí juicio es la mejor descripción del funcionamiento de sistema bancario español formulada hasta el momento.
Los grandes empresarios son ese colectivo cuya única función social consiste en crear riqueza y recoger de vez en cuando alguno de esos premios con los que se galardonan a sí mismos y que indefectiblemente acaban brindando a “esta sociedad que tanto me ha dado y a la que tanto debo”. De acuerdo con su autoproclamada definición, constituyen el sector encargado de crear riqueza y generar puestos de trabajo, lo que puede llevar a preguntarnos para qué sirven entonces en situaciones de destrucción de empleo y evaporación de la riqueza.
Por supuesto, la batería de propuestas no tieen como objetivo el lucro privado, sino hacer sostenible un sistema público sanitario que, sinceramente, funcionaría mucho mejor si no hubiera enfermos. Si queremos que la Sanidad esté sana, los enfermos también deberán estarlo. Los rigurosos parámetros de exigencia que plantea el Círculo de Empresarios aplicados a su propia actividad arrojaría unos resultados desoladores. Competitividad bajo mínimos, desprecio por la innovación, desconfianza hacia la investigación, exaltación del presentismo laboral y un innegable apego a las estructuras medievales aplicadas a la fabricación de bienes y servicios se traducen en paupérrimas cifras en materia de competitividad y exportaciones, un mal endémico desligado de la aparición de las economías emergentes.
A cambio, no hay colectivo, asociación, partido, coalición o sector social con mayor número de implicados en todo tipo de delitos económicos. Si la política está corrompida, la relación entre empresarios y cargos públicos procesados por chanchullos de la más diversa índole rondará el diez a uno. Con todo lo peor es su irreprimible tendencia a acuñar el doble oxímoron más repulsivo de la postmodernidad: recursos humanos y, aún peor, capital humano. Por su culpa, ahora debemos vivir con ellos.