No se puede decir que el PSE haya metido muchos goles en los últimos tiempos, pero parece indiscutible que los pocos que ha marcado han sido todos a pase de Eguiguren. Ahora mismo se me ocurre incluso un remate a puerta vacía en una final que no subió al marcador porque el delantero centro estaba de viaje promocional por Estados Unidos. De acuerdo con la doctrina Cercas, sólo los traidores están en disposición de acometer las grandes transiciones políticas. En nuestra lamentable historia, puede que Otegi sea uno de ellos, pero sin duda Eguiguren será el otro. Con la ventaja añadida de que mientras el líder abertzale será acusado de dar la espalda a los vivos, el aún presidente de los socialistas vascos ya carga con el sambenito de traicionar a los muertos.
Frente a los políticos reverenciados en sus propias filas y denostados fuera de ellas -Arzalluz- y los repudiados en casa, pero ensalzados fuera -Josu Jon Imaz-, Eguiguren ha resultado inclasificable y, a imagen y semejanza del país en su conjunto, demasiado complejo hasta para su propio partido. Desde su puesto de presidente de los socialistas vascos podría haberse limitado a ver la vida pasar sin meterse en política, pero a lomos de vete tú a saber qué pulsiones autodestructivas el hombre se ha inmolado en ese altar tan vaporoso que llamamos el interés general. A cambio, ha sido vapuleado a conciencia de forma unánime, incluso desde dentro de sus propias filas, algo de lo que pocos cargos públicos pueden vanagloriarse en este reino de la obediencia en la que cada jefe actúa bajo el terror a sus superiores en un bucle infinito. La absoluta entrega de Eguiguren a sus ideas se resume en el hecho de que ha sido tan humilde que no ha dudado en disculparse públicamente cada vez que ha tenido razón. Los partidos políticos en general y el suyo en particular le despedirán al grito de “¡por fin solos!”. Quizás dentro de unos años lo traigan de vuelta para matarle a homenajes y, si se deja, convertido en una especie de Adolfo Suárez vasco.
Carente de carisma, suspenso en etiqueta, de oratoria titubeante, nulas dotes como comunicador y sin grandes teorías universales que transmitir a sus semejantes, Eguiguren ha hecho algo bueno por el país, lo que pasa es que aún no somos capaces de calibrarlo, menos aún de ponerle nombre. Su retirada supone un respiro para todos aquellos políticos que basan la justificación de su sueldo en la existencia de problemas, no en su aportación a la hora de solucionarlos. Básicamente, estamos hablando de los mismos que han invocado insalvables escrúpulos morales para explicar su absoluta inacción política a lo largo de las décadas. Más allá de los discursos mastodónticos y de los redobles de tambores, si Eguiguren se va de la política es porque los falsos santurrones hace tiempo que le habían retirado su confianza. Es difícil decir algo mejor de alguien.