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Alberto Moyano

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Cumplimos condena en Barrio Sésamo

El Código Penal, la Ley General Penitenciaria y el Reglamento Penitenciario que establecen las reglas generales para la excarcelación de presos enfermos no hacen referencia alguna a los delitos cometidos por el reo, como tampoco la hace la circular de enero de 2000 que fijaba los criterios para su aplicación, llamémosle la doctrina Mayor Oreja, ese contorsionista de la política. En el caso del etarra Iosu Uribetxebarria, sin embargo, hay firmes partidarios de sustituir el historial médico por la hoja de penales, asunto este último que en su día explicó su encarcelamiento, pero que ahora ya no aporta nada al debate sobre la pertinencia de su puesta en libertad. Aquí se produce un fenómeno curioso, divertido si no fuera trágico: cuando se recurre a la comparación, que no equiparación, entre los atentados de ETA y las actuaciones irregulares del Estado se incurre en una intolerable exhibición de equidistancia, mientras que cuando las actuaciones del Estado se explican con tan sólo apelar a las fechorías de ETA, entonces estamos ante un sano e insoslayable ejercicio de reparación y memoria.

En medio de todo esto hay quien invoca el inmortal legado de Margaret Thatcher, quien con su deslumbrante inteligencia dictaminó que los diez presos del IRA que fallecieron en huelga de hambre lo hicieron en el ejercicio de su libertad individual. “Sus víctimas no pudieron elegir”, sentenció aquel electrodoméstico lanzado al mercado bajo la denominación de ‘dama de hierro’, material que es a la política lo que el amianto a los edificios. Sonroja recordar que en cualquier delito es precisamente la capacidad de elegir lo que diferencia al autor y a la víctima. A pesar de todo, la perogrullada hizo fortuna, aunque no hasta el punto de eliminar la celebración de juicios como sería lógico, al fin y al cabo, ninguna víctima se beneficia de un proceso penal justo. Ahora, estas melonadas se han encaramado a la condición de seudoargumentos. Que así sea, pero entonces sobran todos esos aspavientos relacionados con una supuesta superioridad ética y moral a la que tantos y tantos son incurables adictos.

*Para los aficionados a los debates éticos queda el caso del último preso fallecido en España a causa de una huelga de hambre. Sus exigencias serían inaceptables, pero ninguno de sus delitos era de sangre.

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