En la época en la que la información vuela, acabamos de enterarnos de quién no ganó el Tour de 1999 y los seis siguientes, y ni siquiera los mayores aficionados a la medicina deportiva serían capaces de configurar los pódios de aquellas ediciones de la Vuelta Ciclista a Francia sin la ayuda de internet. Ocho años después de la muerte de Arafat, aún está pendiente de investigación la hipótesis de que fuera envenenado o la confirmación de que se lo llevó por delante una enfermedad. Cinco décadas después, aún no sabemos si Marilyn Monroe se suicidó o no y, ya puestos, tampoco sabemos si sabemos quién mató a Kennedy. De quién mató al que parece ser que mató a Kennedy, mejor ni hablamos. No sabemos dónde está Pertur y tampoco Publio Cordón. No sabemos si mientras en la Tierra pasaba todo esto, en Marte había vida, aunque aceptaremos el veredicto del ‘Curiosity’. Aún no sabemos cuánto cobra el jefe de la Policía Municipal de Marinalena, ni si la localidad andaluza dispone de jefe de la Policía Municipal o incluso de una Policía Municipal sin jefe. No sabemos quién es realmente Assange, él dice que puede que un machista, aunque no un violador. Sabemos que fundó Wikileaks, pero ni él mismo ha podido leerse el contenido de todos y cada uno de los papeles homónimos. No sabemos qué pinta Garzón defendiéndole, aunque es posible que no haya mejor abogado que un ex juez condenado por prevaricación. Al fin y al cabo, antiguos delicuentes juveniles adiestran a la Policía en el arte de conducir coches en una persecución. Sabemos que Rajoy obedece ciegamente a Merkel, pero se nos escapan los motivos exactos. Unos cuantos millones de años después de que el bicho humano comenzara a cambinar por la tierra todavía está por determinar si uno de ellos puede matar a otros 77 ejemplares de la misma especie conservando un envidiable estado de salud mental o por el contrario ésas son cosas que sólo se puede perpetrar desde la locura, aunque un tribunal noruego nos sacará de dudas hoy mismo. Once años después de que la explosión de un juguete-bomba acabara en Donostia con la vida de María Eraunzetamurgil e hiriera de gravedad a su nieto de dieciséis meses J.G. ya damos por descartada la posibilidad de saber algún día quién abandonó en los váteres de un bar el cochecito relleno de pólvora. Sabemos muchísimas cosas, aunque aún están pendientes de determinar el tamaño y las coordenadas que delimitan toda nuestra ignorancia. Por eso seguimos haciendo de vez en cuando inventario de algunas sombras.