En periodismo al menos, el único que no se equivoca es aquél que ni madruga ni permite que la hora de cierre le pille jamás en redacción. El falso comunicado de ETA difundido anoche por ETB y recogido de inmediato por la mayoría de los periódicos ‘on line’ adolecía con toda seguridad de falta de rigor y de la confirmación de al menos una segunda fuente, pero se inscribe en un contexto de normalización política del terrorismo que no nos ha ahorrado estampas tan pintorescas como la de unos presuntos etarras colgando en Facebook sus inmortales fotografías con la camiseta de ‘La Roja’, el pago a un euro de instantáneas junto a cartones de presos a tamaño natural o la publicación de sesudos aunque apócrifos comunicados que finalmente no pasaron de ser reflexiones internas de la Izquierda Abertzale.
Por supuesto, hay que dedicar todos los esfuerzos a evitar los errores, pero si no estás dispuesto a que llegue el día en el que Di Maria te robe el balón, no juegues de portero del Barça y si te resulta insoportable sobreponerte a un fallo informativo, es que no sirves para periodista. Uno debe extremar las precauciones antes de escribir la primera línea o pronunciar la primera frase convencido de que es cierta, pero a sabiendas que llegará el día en el que no lo será, algo que ya les pasó a todos antes que a ti, por demoledor que esto resulte para los compulsivos ególatras del oficio. Ante casos como el de ayer, me consuelo pensando en las seis o siete versiones que hubo que redactar en una misma noche sobre el falso secuestro del concejal Bartolín, ninguna de las cuales llegó al lector gracias, no tanto al celo profesional, como a la inexistencia de internet por aquel entonces. En cuando al emisor original del falso comunicado, la pregunta no es tanto quén como por qué, siguiendo las enseñanzas que impartía Oliver Stone en su ‘JFK’.
Por otra parte, resulta comprensible la tentación de mezclar en 140 caracteres el fake de ETA con el flagrante desaguisado de la forense que confundió los restos de dos nños con los de varios roedores. Se trata de dos hechos difíciles de comparar, imposibles de equiparar. El ciudadano español medio palidecería si llegara a enterarse de que la abultada experiencia del hoy ensalzado Francisco Etxeberria en materia de torturas y malos tratos a detenidos en régimen de incomunicación le sitúa en abierta discrepancia con la doctrina asentada por los forenses de la Audiencia Nacional a lo largo de décadas. Que todo esto haya sucedido el mismo día en el que, en línea con la opinión de Etxeberria, Amnistía Internacional denunciaba por enésima vez la nula voluntad española de erradicar tales prácticas sólo cabe atribuirlo a una broma -otra más- de la trepidante actualidad.