Hay que tener un corazón muy grande y un cerebro que no te cabe en el pecho para hacer que lo que el ex jugador vasco del Athletic de Bilbao y ya futbolista alemán del Bayern de Munich, Javi Martínez ha hecho. Es falso que el 99% de los futbolistas profesionales no sienta los colores, la cuestión es que a la mínima oportunidad acaban acogiéndose a su derecho a disfrutar de un agudo daltonisnmo. “El amor dura tres años”, tituló Frederic Beigbeder su novela y Javi Martínez ha aguantado nada menos que seis en el club bilbaíno, cuyo lema debería ser “hay amores que matan”. En el burdel en el que hace tiempo que se convirtió el mundo del fútbol, el Athletic es un cliente distinto, en concreto, de la estirpe de los que contratan por una hora a las mismas prostitutas que el resto, pero se pasan el resto del día telefoneando cada cinco minutos a la lumi en cuestión para preguntarle inquisitorialmente: “¿Aún me quieres, verdad, churri?”.
Esta situación puede ser idílica entre enamorados, pero se antoja insoportable cuando media una transacción económica. La mejor afición de España puede convertirse en un lastre insoportable por su tendencia a matarte a abrazos y algunos jugadores prefieren que les quieran menos y les paguen más. No es el caso de Javi Martínez o al menos no exclusivamente. En contra de las lecturas hegemónicas aunque sesgadas que ya rodean a la operación de compra-venta, el jugador navarro está completamente enamorado, no del Athletic, sino del fútbol. Su apetito no se mueve en el terreno de los afectos, sino en el de los títulos. Se ha ido al Bayern animado por el mismo impulso que empuja a los amantes románticos a cambiar de pareja continuamente porque, más que a una persona en concreto, lo que aman es el amor en general. Sobre este tema se habrá escrito mucho pero baste recordar que a Julio Iglesias le ha servido para edificar su demoledor repertorio. Que lo de Martínez con el Bayern fue amor a primera vista lo demuestra la lista de humillantes locuras en las que el jugador ha incurrido en poco tiempo: desde la visita de sus padres a Ibaigane hasta el ‘remake’ de ‘Novia a la fuga’ protagonizado en la madrugada de ayer, pasando por la monstruosa expresión que adorna su rostro en la foto que certifica la firma del contrato.
Ahora que el club rojiblanco dispone otra vez de abundante liquidez tiemblan sus vecinos, que no temen por el futuro de sus plantillas en general, sino tan sólo por el de esos jugadores que llevan una semana jurando fidelidad eterna y proclamando su desdén hacia Lezama. Conviene desdramatizar:en estos intercambios, el vendedor no siempre ha salido tan mal parado como el comprador. Ahí tenemos a un tal Loren, que se fue hecho un regulín y regresó convertido en incombustible director deportivo. Entre una cosa y otra, alguien tuvo que salir perdiendo por fuerza. Por encima de cualquier contingencia, los únicos jugadores que se van del club de sus amores son los que anhelan perderlo de vista cuanto antes. Como todo enamorado despechado, al aficionado plantado sólo le queda despedirse con una plegaria: “Al menos no le beses en la boca”, una ilusión como cualquier otra.