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Alberto Moyano

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Lo mejor de la gastromanía

Alberto Moyano


Si el Zinemaldia está emparentado con la Semana de Cine Fantástico y de Terror, y el Festival de Jazz lo está con la Quincena Musical, El Congreso Lo Mejor de la Gastronomía es pareja de la Feria del Esoterismo. Desde hoy, el Kursaal acoge a cocineros de leyenda, tragaldabas, gourmands, gourmets, curiosos, admiradores, estrellas Michelin, estrellas con michelín, ‘sticky fingers’ de los pinchos y, por recurrir a la expresión utilizada en su día por Subijana en las puertas de la Audiencia Nacional, “gente que se dedica a hacer felices a los demás”, cosa que -salvando las distancias- también hubieran podido suscribir los procesados de la Operación Nécora.


Ahora que gastronomía viene de gas, con el helio y el nitrógeno como protagonistas de los laboratorios-cocina de toda esta gente, hay quienes pretenden que nos felicitemos por el hecho de que Gipuzkoa acumule tantas estrellas de la famosa guía francesa como Cataluña y algunas menos que París, sin caer en la cuenta de que hasta que el resto de parámetros también se equiparen, la comparación nos convierte en una especie de maltrecho fenómeno de circo. Algo así como si a la niña de ‘Antes muerta que sencilla’ le pones el culo de Jennifer López.


El Congreso está dirigido por Rafael García Sánchez, fenómeno capaz de ingerir 35 platos de una sentada y de levantarse asegurando que treinta de ellos eran excelentes. García Santos da lo mejor de sí mismo en sus comentarios críticos de los sábados en DV. Su prosa, que rezuma lujuria gastronómica, sonrojaría en sus mejores momentos al jurado del Premio Sonrisa Vertical, pero en honor al hombre hay que decir que sus opiniones son tan subjetivas como honradas, en cuanto a que van acompañadas de una puntuación que zanja cualquier ambigüedad. Comensal en casi medio millar de restaurantes al año, García Santos siempre lo dice: “una crítica sin puntuación no es crítica”.


Lo dicho. Arranca este congreso. Ese aroma a no sé qué, quizás a eunuquillo, que desprende el Kursaal parece confirmar que la comida es un sustituto del sexo, así que teniendo en cuenta que esto es Donostia, desearle éxito sería un despilfarro de buenas intenciones. Por cierto, ¿qué pinta Joan Manuel Serrat en todo esto?


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