Hay que tener el corazón muy encallecido para no caer rendidamente enamorado a los pies del aparato teórico que cada seis meses emana de Tabakalera. Frases como “es vital crear el proyecto entre todos, optimizar recursos y aunar fuerzas” derretirían los escrúpulos del más precavido, pero si encima van acompañadas de otras como “Tabakalera tiene que ser una institución permeable y porosa, que permita la participación a diferentes niveles dando lugar a una visión estereoscópica», el nivel de seducción ya es devastador.
A medida que el proyecto se redimensiona y el presupuesto disminuye, las palabras crecen ganando en grandicoluciencia. Así, lo que en un principio se presentó como una “fábrica de cultura” se anuncia ya con desparpajo como una “ciudad cultural”. De forma paralela, cuantos más tabiques derriban las excavadoras, mayor es el muro de palabras que rodea el edificio. Mientras por un lado se retira el tejado de la antigua fábrica de tabacos, por el otro se cubre el proyecto con el habitual arsenal de frases muertas. A continuación lees que será “transdisciplinar y multidisciplinar” y te preguntas -pienso que legítimamente- qué saldrá de todo esto.
De todas las cosas que no hay quien entienda -y la lista es infinita-, Tabakalera es la única que transmite al menos el sosiego de saber que precisamente en su carácter ininteligible reside su esencia. Uno puede estar horas leyendo sobre la vida íntima del Bosón de Higgs sin comprender una palabra pero con la certeza de que al menos el divulgador sí sabe de qué está hablando. Con Tabakalera sucede lo contrario: cada vez que crees haber entendido algo aparece algún responsable del centro para, en menos de dos minutos, sacarte de tu error. Y si el proyecto continúa siendo un arcano indescifrable para el común de los mortales, todo apunta a que los primeros que han renunciado a entenderlo son precisamente sus responsables.
Por el momento, lo más multidisplinar que se ha visto en el edificio, el único liderazgo compartido que continúa en vigor, el verdadero trabajo en equipo es el que protagonizan la excavadora, la grúa y la hormigonera. El ruido de sus motores sigue siendo el discurso más elocuente que, sobre el futuro centro internacional de cultura contemporánea, se ha pronunciado.