El poder desgasta, pero aún desgasta más la oposición. Es la primera enseñanza que nos deja la nueva batería de fotos con la que nos obsequian los príncipes de Asturias, inmortalizados en capilla antes de asaltar el trono. Dicho de otra forma, alguien necesita urgentemente una septorrinoplastia y no es Letizia. En sus mejores momentos, el príncipe parece posar junto a su hija mayor y sus nietas. Si aceptamos que la princesa cumple hoy cuarenta años, debemos mostrar nuestra preocupación por el deterioro físico de su cónyuge, una circunstancia que comparte con tío Iñaki, aunque en el caso de este último se puedan adivinar los motivos del derrumbe. Desde el punto de vista estético, Felipe de Borbón gana mucho cuando posa en solitario, igual que su oratoria mejora notablemente mientras permanece en silencio. Uno ve las fotografías y se da cuenta de que desprovista de un sofá cualquier familia española se queda en nada y en esto los herederos no son una excepción. Con todo, lo peor son los textos, que más que acompañar las fotos parecen custodiar su interpretación. Así como en las críticas el ensañamiento conduce al agotamiento de los adjetivos, la pleitesía no conoce limites. Ayer escuché estupefacto en la tele el mejor gag oído en años: “Grace kelly lo dejó todo para convertirse en princesa”. Obviaron añadir que encima tuvo que conformarse con vivir como una reina.