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Alberto Moyano

El jukebox

No es rojo, tan sólo marxista

Si un artista suelta con gesto solemne que «lo profundo es el aire», todo snos quedaríamos boquiabiertos, pero si va uno de Igeldo, pongamos por caso, el alcalde de Donostia y proclama que «el glamour va por dentro», su revelación pasa desapercibida. La hondura de la frase resulta insondable, plantea un problema filosófico de primer orden. Es como si alguien anunciara que la parte más importante del peinado es la que va por dentro de la cabeza o que lo mejor de una sobremesa es siempre la comida. Desde que la escuché, permanezco en la unidad de grandes quemados.

Para Wert y no creer . Por encima de los datos económicos son las declaraciones de los políticos las que nos dan la auténtica magnitud de la tragedia. El ministro de Cultura, José Ignacio Wert, es capaz de soltar en apnea la siguiente frase: «Lo único que podemos hacer es una gran coalición de toda la industria para, con imaginación y acudiendo a otro tipo de recursos y otras estrategias de apoyo, conseguir que esa situación desfavorable desde el punto de vista de las ayudas directas resulte lo menos perjudicial para la industria del cine». Luego dicen que «El árbol de la vida» no se entiende. La frase posee la cadencia de un responso de difuntos y participa el humor de Groucho Marx. Wert defendió que el cine es entretenimiento y también industria, cualidades que comparte con el propio Gobierno, ahora mismo, la mejor factoría de ficción.

Sábado de San Palomitas. «Blancanieves», de Pablo Berger, lleva el cuento de los hermanos Grimm a la Andalucía de los años veinte, entre castañuelas, tauromaquia y enanos. Si de «The Artist» se dijo que deslumbraría a quienes no conocieran la filmografía de Dreyer, otro tanto se puede decir de ésta respecto a la de Tod Browning. Llamada a convertirse en la gran película española de la temporada y más favorita a los Goya que a la Concha de Oro, «Blancanieves» exhibe factura perfecta, interpretaciones irreprochables y una puesta en escena fastuosa. De la fotografía, mejor ni hablar, sublime, oiga. Con todo, la historia en sí me interesa tan sólo un poco.

Ben Affleck es supernormal. En persona, Ben Affleck también es súpernormal – y tanta normalidad empieza a parecerme ya un tanto sospechosa-. El actor y director nos arrea en «Argo» una epopeya gringa en la que todos se enrrolan al grito de «¡diablos, este plan no tiene ni pies ni cabeza, hagámoslo, muchachos» . Basada en hechos reales, una vez trasladada a la pantalla incurre en el terreno de lo metafísicamente imposible a beneficio del suspense. Dicho de otra forma, al director se le va de las manos. Eso sí: sales de la película en tal estado que cuando el personal del Zinemaldia comprueba tu acreditación, te tiembla todo mientras sueñas con que estás a punto de escapar de Jomeini atravesando los controles del aeropuerto de Teherán.

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