Me pasé el día de ayer saludando por la calle a gente que nunca ha trabajado en una película ni tiene nada que ver con el cine para mostrarles mi admiración por lo que hacen -doble en el caso de que no hagan nada- y todos ellos se mostraron muy cercanos. Reconforta comprobar que aún hay gente a la que no se le ha subido el anonimato a la cabeza y que no ha perdido el contacto con la realidad pese a padecerla a diario. Y es que en el fondo yo creo que todos somos un poco iguales.
De nuevo, Deneuve . Si ya en su primera visita al Festival Catherine Deneuve dejó honda huella debido a su carácter atorrante, ayer demostró que el oficio de ex diva no existe. Puede que si accedió al Hotel María Cristina por la puerta de atrás fue tan solo para evitar la humillación de darte de bruces con la ignorancia que el público más joven tiene sobre su persona. Después, en un rapto de modestia, ni Catherine Deneuve, ni Isabelle Huppert -el otro frigorífico de alta gama del cine francés- comparecieron en la rueda de prensa de la película «As Linhas De Torres» para no eclipsar al resto del equipo, dado que sus dos papeles resultan más bien escuetos. La primera pregunta hubiera podido ser perfectamente si ya no les ofrecen papeles protagonistas, pero así las cosas, la cuestión era: y entonces, ¿a qué han venido a Donostia? Como la respuesta no parece sencilla, alguien les persuadió para que ya por la tarde mantuvieran algún tipo de encuentro con periodistas.
Fascinación «vintage». Ya había advertido con anterioridad expresiones de asombro, estupor o -para qué negarlo- envidia entre mis compañeros de profesión cada vez que en las entrevistas colectivas sacaba a relucir mi grabadora de época, una Sanyo del año catapún, pero fue ayer cuando sentí por primera vez admiración. Fue la de Javier Rebollo, que la contempló estupefacto primero y fascinado después. «Mira, si hasta tiene unos numeritos que cuentan las vueltas que da la cinta», decía, con expresión de ser la primera vez que cogía una. Yo es que hasta no veo las rueditas girando no me quedo tranquilo.
Realismo morfinómano. Su película «El muerto y ser feliz» funciona como una especie de retrato de Dorian Grey en celuloide: contra más «chutes» se mete Sacristán, más morfinómano es el estado en el que se sume el espectador. El tema del día en las tertulias era ayer su controvertida «voz en off». «Es enfática y cuenta lo que ya vemos en la pantalla», dicen. En efecto, exactamente lo mismo que nos hacemos los unos a los otros al término de cada película. La rumana «Rocker», proyectada en Zabaltegi, continúa por la senda de las drogadicciones pero fracasa con estrépito. En cambio, la historia del adolescente desaparecido en Texas y hallado tres años después en Linares que «El impostor» relata en formato documental ofrece resultados magníficos.