Wert ha traspasado ya todas las categorías excepto la de su propio género periodístico. Si Cristo hablaba en parábolas, el ministro de Educación, Cultura o incluso Deportes lo hace en titulares. Ayer manifestó su deseo de españolizar a los niños catalanes y suscribiré su afirmación en cuanto explique en qué consiste eso, más allá del guirigay de lo de la doble identidad, qué será eso.

Según los escolásticos de la prensa madrileña, España se autodeterminó hace 500 años, lo que significa que urge recomponer el censo y repetir el referéndum dado que desde entonces la mayor parte de los votantes han abandonado el imperio por motivaciones políticas llevándose consigo sus propios territorios nacionales. Según Pérez-Reverte, ser español bascula consiste en ejercer de miserable ignorante, mezquino y ruin, a merced de curas y reyes, y en dejarse masacrar periódicamente en el curso de estrambóticas guerras perdidas de antemano con una nobleza que contradice todo lo anterior. No puede decirse que la oferta de convertir a cada niño catalán en un remedo de Alatriste seduzca por su atractivo. Y si nos restringimos a los tiempos actuales, resumidos en cualquier telediario, mejor ni hablar. A día de hoy, a España se le le va la vida en emitir órdenes de acercamiento contra buena parte de su territorio nacional y en instalar pulseras electrónicas que le permitan tenerlo localizado en todo momento.

En cuanto a Wert, no sería descartable que en breve estuviera de vuelta en las tertulias televisivas. Su condición de ministro peor valorado de la democracia -con plusmarcas a sus espaldas tan asombrosas como la primera huelga escolar convocada por una asociación de padres de alumnos- le convierten a ojos de Rajoy no en un lastre, sino en algo mucho peor: en un lío. Permanente, para más señas.