Los partidos políticos siempre han llegado tarde a todo. Su lema es despacio, pero con letra ilegible. Aunque corre la especie de que últimamente se han alejado de las preocupaciones del pueblo, lo cierto es que ésa es una condición que ostentan desde 1975. A diferencia de los suscriptores de hipotecas impagables, los partidos han subordinado cual otro objetivo en la vida a la conservación de su hogar, en su caso, el Congreso de los Diputados y de ahí para abajo, de cualquier otra institución, lo mismo da autonómica, que foral que municipal.
Nuestros dirigentes abolieron el servicio militar obligatorio sólo cuando empezó a haber más reclutas en cárceles y en juzgados que en los cuarteles; asumieron la agenda ecologista después de que hasta la empresa más contaminante destinara un céntimo de cada venta a la plantación de pinos; crearon los fondos para el desarrollo, no cuando viajaron al Tercer Mundo, sino cuando comenzaron a hacerlo sus ciudadanos; empezaron a cuestionar la monarquía cuando los medios de comunicación ya habían desbordado el dique que, a modo de placenta, la había protegido y nutrido durante décadas. Los políticos no van por detrás de la sociedad, sino arrastras de ella. Quienes sostienen que no nos representan, deberán reconocer al menos que sí que nos obedecen. Basta con que esgrimamos en una mano una amenaza de desalojo del cargo, y en la otra, una reivindicación concreta. Esta ecuación resume la democracia en su actual etapa de subdesarrollo.
Ahora toca la paralización de los desahucios por embargo hipotecario. Todos funcionamos a través de dos estímulos: deseo y temor. Cuando el primero no existe, queda la opción de cebar el segundo. Cabe preguntarse si han sido las movilizaciones populares o más bien la creciente repercusión mediática de los suicidios -probablemente una combinación de los dos- los que han llevado a los partidos a reunirse para sopesar si temen más a los bancos o a los devastadores efectos de tan lamentable espectáculo. A estas horas, aún lo están dilucidando. De cualquier forma, también en este caso llegan tarde: la banca y la magistratura también se les han adelantado en esta ocasión.
Los partidos, que nacieron para vertebrar la sociedad, se han convertido en el principal factor de arterioesclerosis. Como toda célula, en especial las malignas, su único objetivo es sobrevivir reproduciéndose y, si puede ser, perpetuarse. Si las condiciones cambian, ellos también lo harán. Hasta la izquierda abertzale terminó por asumir este principio. Es posible que aún haya desahuciados que se suiciden; las formaciones políticas jamás lo harán. Si perteneces, si quiera en potencia, al grupo de los primeros dedica antes que nada un último pensamiento a esta cuestión.