Alberto Moyano

La votación efectuada a lo largo de la pasada semana entre los vecinos
del barrio donostiarra de Gros para elegir el proyecto de renovación de
la plaza de Cataluña entre los tres propuestos por el Ayuntamiento
ilustra finalmente las virtudes y defectos de este tipo de consultas.
El hecho de que el barrio vaya a contar finalmente con la plaza que sus
vecinos quieren y se merecen figura entre las primeras. Hasta ahí,
estupendo. Sin embargo, es el propio autor del proyecto ganador quien
pone el dedo en la llaga: «La participación ciudadana limita la
creatividad de las propuestas». Y esto es así. Por ilustrarlo con 
un ejemplo: ¿se hubiera construido el Kursaal de haberse sometido a
votación entre los donostiarras, en concurso con otros proyectos?
Hombre, a falta de saber cuáles hubieran sido éstos, la respuesta es
que seguramente no. En este tema, como en tantos otros, hizo falta un
cierto leninismo institucional que se situara por delante de los gustos
tirando a conservadores –y más en un lugar como San Sebastián– de la
ciudadanía. Por seguir con el tema: ¿qué tal una buena consulta para
decidir los contenidos de Tabacalera? Casi mejor lo olvidamos ¿no?
Las cifras hablan de un 6% de participación, con una mayor incidencia
entre los votantes de entre 31 y 45 años, a pesar del intento de
estimular la implicación de los jóvenes, rebajando a dieciséis años la
edad mínima para tomar parte.
El resultado es ligeramente retroconservador porque el proyecto
diseñado por Lur Paisajistak será lo que sea finalmente, pero en el
boceto sobre el que se ha votado, la plaza de Cataluña se da un
asombroso aire a Alderdi Eder. En todo caso, se confirma lo que ya se
sospechaba: la vocación inconfesada de estas consultas es castigar los
proyectos más rompedores en beneficio de otros, más conservadores y
que, a poder ser, remitan a diseños ya existentes en la ciudad y a los
que ya estamos acostumbrados a ver. Pues vale. Pero que conste que una
plaza llamada de Cataluña pide algo más de riesgo.