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Alberto Moyano

El jukebox

Ley de Transparencia: poca 'trans', mucha 'apariencia'

Los criterios que van a regir el encaje que la Casa Real se está confeccionando para ingresar en la futura Ley de Transparencia conducen a la melancolía. Una vez más, la muralla de precauciones alimenta todo tipo de sospechas en torno a la magnitud de lo que se pretende ocultar. Como en los albores del cine del ‘destape’, todo el interés radica precisamente en la parte reservada a la imaginación.

Que a partir de ahora se vayan a incluir los gastos en viajes de la Familia Real —a cargo del Ministerio de Exteriores—, los de seguridad —a cargo de Interior—, los vehículos oficiales —a cargo de Hacienda— o el mantenimiento de palacios —a cargo Patrimonio Nacional— certifica la inopia en la que hemos vivido hasta ahora, merced a la cual, daba lo mismo cómo sumaras los 8,4 millones de euros que recibió Zarzuela en 2011, no había monarquía más austera en el mundo.

A partir de ahí, el nuevo estatus da rienda suelta al peculiar humor borbónico. Así y en contra de lo que sucede en los casos de las monarquías sueca, danesa o noruega, el Tribunal de Cuentas quedará al margen de cualquier auditoría ya que la Casa Real tiene contratado a su propio auditor. Convenganmos en que resultaría insólito que de encontrar irregularidades, las hiciera públicas, así en Zarzuela como en Génova. En cuanto a las cuchipandas, el rey podrá decir cuánto se gasta en comidas, pero no con quién ha comido. Sustituyan en la frase anterior “comido” por “dormido” y nos ahorraremos descripciones embarazosas.

Y todo esto es quincalla porque la ley en ningún caso servirá para conocer el patrimonio real, alfa y omega de todo este asunto. Hay que ser Ussía para no encontrar sospechosa la opacidad patrimonial amparada bajo el peregrino argumento de que el rey, en realidad, no hace nada, una enmienda a la totalidad contra la monarquía parlamentaria que, por otra parte, tampoco nos salvará de leer, tras su próximo viaje al extranjero en compañía de empresarios, el listado de contratos obtenidos gracias a su mediación.

En resumen, que la ley de transparencia trabajará al servicio del mantenimmiento del antaño brillante y ahora maltrecho disfraz mediante su encomienda a las enseñanzas impartidas por el gran Edgar Allan Poe en ‘La carta robada’, quien ya nos enseñó hace dos siglos que la mejor forma de esconder algo es hacer que parezca a la vista de todos.

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