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Alberto Moyano

El jukebox

Le pegó dos tiros y después lo remató en el suelo ético

Hoy hay que felicitar a la AVT porque uno de los crímenes terroristas aún pendiente de resolver se ha aclarado merced a la confesión en prensa de su autor material. Y si bien es cierto que el caso Brouard no figura en la lista de 314 asesinatos de ETA sin autor conocido cuyo exclarecimiento reclama con toda justicia la asociación, también lo es que en su día hubo quién especuló con que se trataba de un ajuste de cuentas en el seno de la izquierda abertzale entre los ‘duros’ y los ‘blandos’. Sirva la autoinculpación de Luis Morcillo, que no podrá ser juzgado de nuevo porque ya fue absuelto por estos hechos, para despejar cualquier duda, así como sucedáneo de la ‘verdad’, a falta de las ya descartadas ‘reparación’ y ‘justicia’.

“Cuando Santiago Brouard salió de su consulta le pegué dos tiros y después lo rematé en el suelo”, relata Morcillo, cuyas declaraciones conspiran contra la tesis de la Fiscalía y salen al rescate de Patxi Zabaleta, por cuanto añade que cobró 7,5 millones de pesetas, de los cuales 2,5 millones fueron a parar al bolsillo de Rafael López Ocaña. No obstante, el atentado contaba con un presupuesto de 25 millones de pesetas y Morcillo sospecha que que se quedó con el resto el entonces comandante Rafael Masa. Por supuesto, a cargo del erario público español, a cuya ciudadanía, todo hay que decirlo, tampoco es que estos hechos hayan quitado el sueño si de suelo ético estamos hablando.

En el relato que hoy ofrece ‘El Mundo’, el periodista le mete un nuevo viaje a la remota posibilidad de consensuar el famoso ‘relato compartido’ al atribuir el atentado contra Brouard a la filosofía del “ojo por ojo, diente por diente” que atribuye a Felipe González. Sin embargo, la hipótesis de una venganza por el asesinato del senador Enrique Casas a manos de los Comandos Autónomos Anticapitalistas se compadece mal con el hecho de que la vendetta ya había tenido lugar el 22 de marzo con la muerte de cuatro miembros del grupo y la detención de un quinto en Pasaia, en lo que constituye el enfrentamiento a tiros más inverosímil de la ya de por sí imaginativa historia de las versiones oficiales. Descartada esa hipótesis, queda la que apunta a que el atentado de Brouard y las prisas por cometerlo -de las que da cuenta Morcillo-, respondería más bien al papel jugado por el parlamentario de HB en las conversaciones que por aquel entonces la coalición mantenía con el Gobierno francés o, al menos, con su embajador en Madrid.

En cualquier caso, de toda esta vieja historia lo que queda es la constatación de que dos no hacen justicia si uno no quiere y hay que reconocer que en este caso en concreto, el aparato judicial se lo puso siempre muy difícil a sí mismo. Baste recordar que el relato que ahora ofrece Morcillo ya lo evacuó López Ocaña en 2006 en una entrevista en Tele 5, sin que el sismógrafo moral registrara grandes temblores en el suelo ético. Resulta muy complicado contar la historia de los GAL omitiendo determinados el nombre de algún gran estadista y, sin embargo, se ha hecho. En cuanto a las condenas impuestas a los implicados de más bajo rango, basta echar un vistazo a su situación actual -todos en libertad- para comprobar la desmesurada brecha existente entre la pena dictada y la efectivamente cumplida.

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