Dentro del interminable culebrón que la relata la conflictiva relación de amor y odio que mantenemos con nuestra libertad, hoy asistimos a los actos de consternación pública por la al parecer inevitable desaparición de Alta Films, exhibidora, distribuidora y productora de de películas.
Las redes sociales se han convertido en esa inmensa explanada en la que periódicamente enterramos a nuestros muertos, en medio de un rasgado de vestiduras colectivo como no se veía desde las exequias fúnebres por el alma de Jomeini y cuyo único objetivo es evacuar responsabilidades, ya saben, esa molesta hermana siamesa de la libertad individual. El propio Fernández-Macho enumera en primer lugar dos razones que nos atañen directamente: “La gente ha dejado de ir al cine, el DVD está arruinado”. No obstante, soslayamos sus incómodas interpelaciones para centrarnos en el tercer punto: la falta de apoyo de las televisiones -me pregunto qué esperaban quienes a diario nos recuerdan que forman parte del sistema- y en último extremo, recurrimos al socorrido ministro Wert, responsable último de que España encabece la lista por países de descargas ilegales, siendo aquí ‘ilegal’ el superlativo de ‘gratuito’.
Todo empezó al grito de “no estoy dispuesto a pagar la mansión de Alejandro Sanz en Miami”. A partir de esa coartada, se ha construido todo un aparato teórico infecto que argumenta las múltiples razones que abonan el derecho a no pagar el trabajo ajeno siempre que se encuenre disponible a un sólo clik de distancia. La maniobra nos permite ver los últimos estrenos cinematográficos, escuchar los nuevos lanzamientos musicales y leer todas las novedades editoriales por el módico precio de cero euros y el resto es prosopopeya.
La enorme ductilidad de este sucedáneo de discurso empresarial permite compatibilizar la férrea moral del altermundialista con el aborrecible lenguaje de la patronal y ambas líneas concluyen en el terreno de los comportamientos. Así, cuando se habla del “libre flujo de la cultura”, de “intercambio de archivos” y de “adaptarse a los nuevos modelos de negocio” oigo la misma infame perorata que quienes esgrimen con enorme destreza la necesidad “flexibilizar el mercado laboral”, “aumentar la competitividad” o “reducir gastos”. Las diferencias entre los apóstoles del “todo gratis” y la burguesía rapaz es tan sólo una cuestión de tamaño, mucho mayor en el caso de los primeros.
Con la optimización de los recursos en lo más alto de la pirámide de prioridades, es fácil concluir que todo el mundo lleva en su interior un Díaz-Ferrán, pero mientras algunos lo mantienen en arresto domiciliario, otros le han peinado la calva con tirabuzones al objeto de hacerle presentable en sociedad. Es hora de admitir que la maniobra ha colado, así de triste.