Hay al menos una cosa en la que estoy de acuerdo con quienes ayer arremetieron contra la docena de estudiantes que protagonizaron un desplante al ministro Wert: en esta vida, hay ocasiones en las que tienes que saludar a gente que no te cae bien. Y ahí se terminan las coincidencias porque no creo que la de ayer fuera ni por asomo una de ellas. Aprender a distinguir las unas de las otras quizás forme parte de la vida, pero sostengo que el esfuerzo en sus estudios que les hizo acreedores a los premios nacionales fin de carrera del curso 2009-2010 les concede la prerrogativa de elegir, a sus veinte años, a quién deciden saludar y a quién no.
Como es obvio, a la escudería Wert no le ha sentado nada bien el gesto y ha puesto el grito en el cielo invocando la coartada de la educación, ese formalismo que tan a menudo se confunde con hacer el José Luis López Vázquez y su “póngame a los pies de su señora”. Los hay incluso quien se ha molestado en recoger las declaraciones de dos supuestos empresarios -probablemente, de idéntica estirpe que los vaporosos e intangibles amigos americanos de César Vidal- para avisar: “Nunca les contrataría”, una hipérbole desbordante de humor negro en el país plumarquista en destrucción de empleo. En compensación, habrá que consignar que igual somos bastantes, quién sabe si incluso muchos, los que sí les quisiéramos como compañeros en el trabajo, otro brindis al sol.
Cada vez que el desencuentro se fumiga con el pesticida por excelencia que es la campanuda frase de “tiene razón pero le han perdido las formas” detecto que alguien ha sido pillado en flagrante falta y que recurrirá al argumento más peregrino con tal de eludir cualquier posibilidad de que se llegue a la confrontación de argumentos, incluida la interesada confusión entre cortesía y pleitesía. Si hemos de recibir lecciones de buenas maneras procedentes de un servidores públicos que comparecen en plasma, huyen por la claraboya, escapan de la transparencia debida, ignoran las solicitudes de entrevista y se abonan al formato de rueda de prensa sin preguntas vamos dados.
Radicalmente en contra de los tartazos en la cara o cualquier otra forma de agresión, creo que el derecho a ignorar olímpicamente cualquier presencia indeseada constituye la forma más elevada de educación, un conjunto de normas a las que devalúa hasta los niveles del bono basura y se eviscera de todo significado cada vez que se ejecutan por humillante obligación. Cultivar los afectos y administrar las animadversiones es una de esas cosas que o aprendes a hacer a los veinte años o ya te puedes preparar para ver pasar la vida desde el insondable abismo en el que reposan los pies de su señora.