En este mundo, que desprecia la discreción, aún es posible toparte con Amedo fabulando en público sobre los GAL. Quizás dentro de veinte o treinta años se desvele quién era el ‘Kinito’ del grupo parlamentario de EH Bildu en 2013. Por de pronto, el astuto exabrupto de “fascista” lanzado desde la bancada de la izquierda abertzale contra el portavoz del PP, Borja Sémper, ha conseguido que un desinteresadísimo discurso, por reiterativo, llamado a pasar completamente desapercibido saltara a las páginas de todos los periódicos y que el vídeo del incidente se paseara por las redes sociales para su visionado hasta la saciedad.
La misión descriptiva del lenguaje a la hora de retratar y fijar con precisión la realidad para luego acometer su eventual transformación ha sucumbido al insaciable afán de enormidad que alienta la sociedad del espectáculo. Así, asistimos atónitos viendo cómo dieciocho ciudadanos desarmados son detenidos mediante el despliegue de un contingente pseudo-militar para que continuación, una vez confirmada en sede judicial su pertenencia a una organización terrorista, sean puestos en libertad. En la acera de enfrente, un parlamentario de EH Bildu replica a una batería de argumentos escupiendo el sobado “¡fascista!” contra quién hace apenas unos meses proclamaba que “el futuro de Euskadi se tiene que construir también con Bildu”. Así, en el mundo de Al Qaeda y de Amanecer Dorado, los conceptos de ‘terrorista’ y de ‘fascista’ se han degradado paradójicamente hasta situarse ya al alcance de cualquiera.
A falta de otras virtudes, hay tentaciones irresistibles. Vociferar ‘¡terrorista!’ te permite alinearte de inmediato en el bando de “nosotros, los demócratas” -allí donde también cohabita el torturador ‘Billy, el Niño-, mientras que hacer lo propio con el lanzamiento indiscriminado de ‘¡fascista!” te sitúa en las épìcas filas de la resistencia, una imagen que en cualquier caso colisiona frontalmente con la que ofrece un propio repanchingado en su escaño. Si Iker Armentia exponía ayer en un artículo los diez motivos jurídicos por los que Arnaldo Otegi debería estar en libertad, he aquí la solitaria razón política que explica por qué no lo está: se correría el riesgo de que sustituyera en su escaño al faltón, algo que por nada del mundo desearían algunos, dado que todos preferiremos siempre enfrentarnos a un insulto que a un razonamiento. Es posible que algún día EH Bildu y el PP vasco convengan en la necesidad de sentarse frente a frente. Si sucede, en esa hipotética mesa estará Borja Sémper mientras que Hasier Arraiz, ni en sus mejores sueños. El destino de todo fardo es convertirse en lastr y el de éste, acabar siendo soltado.