A los legos en el arte de las Ciencias Económicas, rama ‘manejos empresariales’, la crisis de Fagor Electrodomésticos nos está sirviendo de mucho a la hora de mantenernos sumidos en la misma ignorancia. A día de hoy, por ejemplo, y sin salirnos de la Economía aplicada, seguimos ignorando cuáles han sido las -seguro que múltiples- causas del desastre, cuál la calidad de los productos que salían de la cooperativa, cuál el mecanismo que establecía su precio, así como las razones del declive de su aceptación en el mercado. Tampoco sabemos el peso exacto que ejerce la endogamia familiar llevada hasta el paroxismo en la toma de decisiones colectivas. Y ya puestos, ignoramos si, al igual que tantas veces sucede en las empresas corrientes, también bajo el régimen cooperativista es inevitable que la tercera generación de propietarios marque el inicio de la decadencia. Tampoco sabemos si el sistema hereditario por vía sanguínea es tan devastador en los consejos de administración como en las asambleas de cooperativistas, no digamos las monarquías. Por no saber, no sabemos ni cuáles fueron los imperiosos motivos de agenda que de forma pasmosa impidieron a los directivos de MCC acudir a su reunión con las instituciones fijada para el pasado lunes y aplazada al día de hoy.
La opacidad es el episodio piloto del estupor, aunque lo que sí vamos sabiendo es que a la hora del derrumbe, una cooperativa se desmorona de forma muy similar a cómo lo hace una sociedad anónima, lo que a su vez nos lleva a preguntarnos si no estamos -y desde cuándo- ante una variante empresarial de la ‘aldea Potemkin’ de toda la vida. A la vez, forman parte de la nebulosa inombrable las cuestiones relacionadas con los méritos que aconsejaron ascender a los antiguos responsables de Fagor a la cúpula del grupo, así como en qué estaba pensando la asamblea de trabajadores-inversores. Es pertinente interrogarse también sobre el significado de la expresión ‘compañero cooperativista’ en un contexto en el que el socio se queja de falta de información y reconoce haber huido de los detalles en tanto el dinero seguía fluyendo hacia abajo, a la vez que cabría interrogarse sobre la ‘conciencia de clase’ de quién se ausenta los lunes por la mañana de su puesto de trabajo o de quien se acoge a la baja laboral para irse de caza en temporada alta, adoptando una costumbre que será muy vasca, pero que atufa a ‘Escopeta nacional’ que te pasas, todo, en un contexto en el que muchos otros continuaban cumpliendo con su obligación. Por cierto, ¿pintaban algo los sindicatos en todo esto? Y para rematar, en medio de tantas incertidumbres, surgen los inevitables brotes de voluntarismo, expresados en forma de extraña parábola y con respuestas para todo : los mismos valores y formas de trabajar que han dado al traste con Fagor serán los que nos saquen de la crisis. Como siempre y una vez más, profundizando. En los valores, se supone, claro; no en la crisis. Y todo esto, a pesar de la una magnífica política de incomunicación llevada a cabo por la dirección de la empresa.