Pertenezco a ese menguado grupo de consumidores que no encuentra diferencias sustanciales entre Santiago Segura y Paolo Vasile. Frente al extendido cliché que atribuye al directivo de Tele 5 todo tipo de tropelías contra el intelecto colectivo “para que no pensemos en las cosas importantes”, sostengo que la primera y última motivación del italiano es obtener una relación entre beneficio e inversión que le permita proseguir con su carrera. Exactamente igual que Santiago Segura, a quien no cuesta nada imaginar bostezándose a sí mismo ante la obligación de volverse a meter en la piel de ‘Torrente’ por motivos estrictamente contables. En España al menos, sustituir el talento por el tesón constituye un error de bulto, sólo el estrambote está en condiciones de suplir esa carencia. De ahí los rutilantes fichajes de Poli Díaz, Belén Esteban, ‘Paquirrín’ o ‘Jesulín’, en aplicación de los mismos criterios comerciales bajo los cuales Vasile la parrilla de su programación. Como de alguna forma hay que vestir a la mona, donde el directivo televisivo pone “damos al público lo que quiere”, el cineasta discursea sobre presuntos “retratos críticos de la sociedad actual”.
A partir de ahí y una vez superado el primer impacto que siempre suscita la vergüenza ajena, resulta hasta conmovedor contemplar los ensayos de la crítica especializada al ponderar de forma interminable los méritos de cada una de las entregas de ‘Torrente’, elaborando incluso listados con sus películas ordenadas de mejor a peor para, acto seguido, despeñarse ese escarpado acantilado que es la ausencia de credibilidad, bien por falta de coraje ante las cifras de taquilla, bien por dimisión de criterio. Ambas vienen a ser lo mismo. En cualquier caso, admito que hace falta mucho coraje cívico para ir acompañado del brazo a una película de ‘Torrente’, observar cómo el acompañante se ríe mucho con los chistes más rijosos y acto seguido, volver a casa juntos. Eso es amor. Si no ciego, al menos sí discapacitado, no sé por cuál de las dos partes más.