Una vez más -y van ya unas cuantas-, el forense Paco Etxeberria se ha hecho acreedor a una querella criminal o al menos a un rotundo desmentido con sus diáfanas acusaciones a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado de práctica sistemática de torturas a lo largo de varias décadas, sería imposible determinar cuantas.  Si nuestra clase política no estuviera entregada a la compulsiva práctica del bricolaje ético aplicada a diversos tipo de suelo se dejaría de discursos vacuos en torno al imperativo categórico y saldría de inmediato en defensa de las FSE, cuyo honor está siendo mancillado por un señor que, a tenor de los ejemplos prácticos que cita, denuncia que, en caso de detención, el peor escenario posible es la del inocente que no tiene nada que confesar precismente por serlo. Al fin y al cabo, la lucha antiterrorista siempre estuvo en manos de responsables políticos.

Sin embargo, no habrá ni querella, ni desmentido porque cualquiera de las dos opciones supondría: a) admitir siquiera la posibilidad de la existencia de estas prácticas; b) confrontar la veracidad de hechos científicamente demostrables; y c) actuar en consecuencia en materia de responsabilidades. A nadie se le escapa que cualquier responsable político -y son muchos los interpelados- que debatiera con el forense donostiarra correría serio riesgo de quedar con las miserias al aire. Por eso, a todos los efectos Paco Etxeberria no existe. Lo cual nos lleva a una situación paradójica: “No lo sé, no me acuerdo, no me consta”, resulta inadmisible en boca de la infanta cuando se refiere a lo que ocurría en su casa para tantos y tantos de los que, sin embargo, encuentran que es una respuesta razonable y verosímil respecto a lo que ocurría en el país. He aquí un ejemplo acabado de doble rasero o incluso  de “mirar hacia otro lado”. Vivir es fácil con los ojos cerrados, en efecto, pero cerrados no significa lo mismo que vendados.