Si entendí bien las clases de religión invidente, la fe ciega no constituye una virtud, sino un don. Si la tienes es porque te es dada y si careces de ella, porque se te ha privado de la misma, quién sabe si en justo castigo por tus pecados. En el momento en el que entra en juego la voluntad, deja de ser fe para convertirse en voluntarismo. Esta noche en Anoeta tenemos cita colectiva con el milagro, con los derechos de emisión adquiridos por Antena 3, y como siempre en estos casos, me muevo entre lo escéptico y lo agnóstico. Esto no significa que niegue la posibilidad del milagro, tan sólo que no la tengo en cuenta.
Lo digo desde la más profunda de las envidias. Desde que los intelectuales entregados a la trashumancia editorial a golpe de talonario decretaron que “el fútbol es muy importante en la vida” y todo el mundo entendió que es “lo más importante de la vida”, nada me gustaría tanto como reencarnarme en uno de esos aficionados que siempre saben lo que el presidente debería decir , la alineación más conveniente para cada partido, el esquema que debería adoptar el entrenador todos los domingos del año y las decisiones que los once futbolistas deberían tomar en cada lance del juego. Por desgracia, son cosas que se me escapan. Sí tengo la certeza de que los veintidós millonarios que hoy salten al césped se dejarán la piel por unos colores que abandonarán en el preciso instante en el que encuentren una oferta mejor. Ni siquiera creo en los arbitrajes imparciales.
La melancolía está a tan sólo un paso de distancia, el que nos situaría ante la hipotética posibilidad de elegir entre el triunfo de la Real y la retirada del proyecto de ley del aborto, sirva de ejemplo. Aún siendo dos quimeras, por alguna razón estamos convencidos de que lo primero está en nuestra mano y lo segundo no depende de nosotros. Esperamos que las proezas las cometan los demás en nuestro nombre y por delegación, ya nos encargaríamos llegado el momento de confeccionar un relato que enfatizara nuestro decisivo papel en la gesta. En cuanto a los vídeos épicos, el ambientazo de remontada y los inefables testimonios de inquebrantable confianza en el equipo, uno se pregunta cómo es posible que aún haya quien se preste a ejercer de velina en esta especie de bungabunga, organizados a la mayor gloria de la penúltima e improbable erección de un anciano.