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Alberto Moyano

El jukebox

Compañero veneno

De la controversia en torno a la tasa Google lo que más me interesa -casi me atrevería a decir que lo único- es el resorte automático que convierte a altermundialistas ‘on line’ en ardientes defensores de los mecanismos que rigen el mercado en su forma más asilvestrada.  Tras el peculiar contagio de comportamientos, ya descrito en anteriores posts, mediante el cual el internauta adopta el mismo esquema de funcionamiento de las grandes empresas -de tal forma que el primero paga sin rechistar ordenadores, conexiones telefónicas, pendrives, auriculares, disquettes y todo tipo de dispositivos, mientras los segundos invierten en solares, inmuebles y equipamientos, y ambos comparten una irreprimible alergia a la retribución económica de la mano de obra-, asistimos ahora al advenimiento de un nuevo tic de raigambre inequívocamente patronal. Y así, se nos dice: “La solución es sencilla: no salgas en los agregadores, nadie te obliga. Si los medios están es porque les interesa”. Aguardo impaciente a que alguien me explique la diferencia entre esta disyuntiva y las denostadas aunque proliferantes ofertas laborales resumidas en: “Éste es el trabajo, éste el horario y éste el sueldo: si no te interesa, ya sabes, no faltará quién acepte mis condiciones innegociables”.

Por encima de tasas, derechos y discursos más o menos impostados sobre el libre acceso a la cultura, lo que aquí se ventila es una concepción del mundo en la que la producción no deja de ser un engorro, aún necesaria pero perfectamente jibarizable en términos de masa salarial. La delincuencia siempre ha sido el laboratorio del mercado. Cuando hablamos de los poderosos cárteles de la droga, en ningún caso nos referimos a productores, sino a distribuidores. Sobre este principio que mantiene a los primeros en la economía de la susbsistencia mientras enriquece brutalmente a los segundos, se han levantado los grandes emporios internacionales, lo mismo da que hablemos del sector de la alimentación que del de mobiliarios para el hogar o del de ropa, calzado y complementos. Ahora toca al de los contenidos informativos igual que antes se llevó por delante a los de la música o el cine, siempre bajo las coartadas más peregrinas. Pese a la imparable degradación de la conciencia de la clase trabajadora, nunca creí que al otro lado de la mesa en la que se ventila el convenio colectivo me fuese a encontrar a un asalariado seguido de un desempleado de larga duración formando una infinita fila india, todos ellos, convencidos de que Google es por fin su sindicato. Hasta ‘El Roto’ es más gracioso si te ahorras el maltrago de abonarle su trabajo y su ingenio.

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