No conoces bien a una persona hasta que has compartido baño con ella. Afortunadamente, en el caso de los países basta con echar un somero vistazo al centro de la capital para certificar que, una vez más, has escogido el bando correcto. Por increíble que parezca, ante cualquier disturbio nuestra primera y única pregunta es “¿quiénes son los nuestros?” La distancia favorece la adhesión inquebrantable a cualquiera de los grupos en conflicto, preferiblemente mediante argumentos reducibles a los 140 caracteres. La complejidad es la vez subversiva y contrarrevolucionaria, según el lado de la barricada desde la que se formule. El detalle perjudica el relato homologado por la ortodoxia, así en Kiev o Caracas como en el País Vasco, en donde ya se empieza a hablar de ‘genocidio’ con la misma falta de rigor con la que habitualmente se ha venido empleando el término ‘fascista’ contra todo lo que se mueve. El imparable afán simplificador provoca la paulatina sustitución de los corresponsales -con sus engorrosa memoria y sus exhaustivos conocimientos- por los enviados especiales, intuitivos hasta el punto de capturar de un vistazo presente, pasado y futuro de una nación, para de seguido relatar no sólo qué está sucediendo y cómo se ha llegado hasta aquí, sino qué sucederá y por qué. El ‘pasaba por aquí’ se disfraza de ‘periodismo humano’ y a correr, con el resultado de memorables piezas del género informativo tremebundista, lo mismo en Gamonal que en El Cairo. El dispendio económico que supone desplazar a un propio con su correspondiente equipo multimedia exige titulares a la altura de las circunstancias, del tipo “lo que está pasando aquí cambiarán el mundo para siempre”. Cualquier periodista-paracaídista que confesase abiertamente no haber tenido aún tiempo de conocer los hechos sería fulminado en el acto por desatender las necesidades de la audiencia, que exige saber quiénes son los buenos casi tanto como quienes son los malos, todo ello de inmediato y con carácter permanente. La adicción por escuchar lo que se desea oír ha alumbrado incluso auténticos crowdfundings. Y a partir de ahí, cualquier incertidumbre entre en el resbaladizo terreno de la manipulación y los matices se transforman en prueba irrefutable de postración informativa al servicio del capital. Se trata de tener razón a toda costa y en ese escenario, el relato de la confusión pasa a considerarse periodismo inútil en competencia con la arenga en redes sociales, ‘periodismo ciudadano’ si se prefiere la expresión. En este punto, hay que reconocer que el periodismo deportivo lleva varios cuerpos de ventaja al convencional: la afición nunca admitiría que se depositara la tarea de comentar un partido de fútbol en alguien que ignorara los nombres de los futbolistas y, sobre todo, con qué equipo debe ir. El voluntarismo de la credulidad ha alcanzado tal nivel que estamos incluso dispuestos a admitir que existen los expertos en curling.