Él 12-1 del mítico España-Malta ya dejó más que demostrado que buena parte de la población está dispuesta a creerse ciegamente cualquier cosa. Anoche, Jordi Évole organizó un falso documental sobre el 23-F que al minuto uno ya había logrado la proeza de que pareciera verosímil incluso la versión oficial de los hechos, que ya es decir. El ingenioso presentador contó con la complicidad de un puñado de próceres de eso que se ha dado en llamar la Cultura de la Transición, la mitad de los cuales ya hace tiempo que emite señales inequívocas de senilidad, quedando para neurologos e historiadores la tarea de dilucidar si siempre fue su estado natural. Por supuesto, cualquiera que se dedique a chochear a micrófono abierto acabará encontrando un eco, así construyeron los marcianos a las pirámides de Egipto. un saludo a Beatriz Talegón y a cuantos ‘indignados’ invirtieron la mitad del programa en proclamar a través de las redes sociales que “todo esto ya lo dije yo hace años” y la otra mitad en borrar sus tuits.
Puestos a jugar al ‘Black Mirror’, se me antoja mucho más interesante analizar cómo fue posible que se hiciera creer a todo un país que la vida de una persona dependía de sus esfuerzos por salvarla, a sabiendas de que no era así, y que cuando efectivamente se consumó la tragedia, estallara en un llanto colectivo y catódico, manufacturado de inmediato en telemaratón humanitario bajo el título de ‘El espíritu de Ermua’. La democracia española aún es joven, de ahí que aquel aciago episodio aún sea considerado uno de los hitos más destacados de nuestra historia reciente. Quizás dentro de diez años y bajo la coartada del experimento social que nos permite abordar cualquier tema abiertamente, el Évole de turno juegue a explicarnos que, en realidad, Miguel Ángel Blanco nunca existió. La diferencia es que en julio de 1997 las multitudes se echaron a la calle mientras que en el caso del 23-F se ha acuñado el eufemismo de ‘la noche de los transistores’ para no admitir que la sociedad civil se fue masivamente a la cama después de no mover un músculo en toda la tarde. En cualquier caso, todo esto no pasa de ser pólvora del rey: si Évole quiere una profunda y serena reflexión sobre el poder manipulador de la televisión, le basta con emitir un falso documental que alimente la tesis de que el gol de Iniesta no pasó de ser una farsa perfectamente coreografiada. Auguro que del audaz presentador no iban a quedar ni las raspas. Por otra parte, si la tele te engaña, consuélate pensando que tú también engañas a la tele. A este respecto, reconozco que mientras ‘Operación Palace’ intentaba persuadirnos de la verosimilitud de su argumento, yo al menos no pasaba de fingir que prestaba atención. En realidad, estaba escribiendo mentalmente este post. Si fuera anunciante de La Sexta no me haría muchas ilusiones al respecto.