Al hilo de la citación en la Audiencia Nacional de los verificadores del desarme, sellado o como se quiera calificar a lo que hizo ETA y a modo de ejemplo ilustrativo de que la Justicia española es igual para todos, aquí van un puñado de casos que, a juicio de cualquiera en su sano juicio, hubieran requerido idéntica actuación por parte de sus señorías y, sin embargo, no fue así. Obviaremos todo lo relacionado con intermediaciones, negociaciones e incluso pago de rescates por parte del Estado con piratas somalíes, terroristas de Al Qaeda en el Magreb Islámico y cualquier banda u organización que haya tomado como rehenes a ciudadanos españoles, actuaciones que podrían ser constitutivas de delito y, sin duda, merecedoras de investigación. Aquí van tres ejemplos que están pidiendo citaciones en sede judicial a gritos.
Soldados españoles en Diwaniya: el diario ‘El País’ difunde en marzo del pasado año un vídeode 40 segundos en el que se ve a soldados españoles patean sin pudor a un grupo de detenidos en situación de completa indefensión. Así, queda en evidencia que los ‘poligoneros’ en uniforme, a los cuales se suponía construyendo hospitales y escuelas, se dedican a violar con total impunidad todos los códigos de la guerra. “¡Jo! A este se lo han cargado ya”, se escucha decir en la grabación a uno de los esbirros. Nunca se sabrá si era una licencia literaria o una declaración literal. Llovía sobre mojado, porque ya en 2004 un iraquí había denunciado torturas a manos del Ejército español, denuncia que, siguiendo la tradición, nunca fueron investigada. Que en Diwaniya se torturaba “es un secreto a voces”, relató un iraquí a la periodista Olga Rodríguez y un soldado español declara a la revista La Clave en su número 3-9 de marzo de 2006: “En un conflicto siempre existen las torturas, pero nunca salen a la luz. Lo que está saliendo sobre los americanos y los británicos pasa a diario”. La Asociación Politeya interpuso una querella en mayo de 2004 ante la Audiencia Nacional en la que acusaba a militares españoles de encubrir las torturas -tales como amordazar a prisioneros iraquíes tras introducirles una pelota de beisbol en la boca, por citar un ejemplo-. La querella, ni que decir tiene, fue desestimada sin que se practicara diligencia alguna.
Ion Arretxe: el 14 de septiembre de 2008, vísperas del estreno en el Zinemaldia de la película ‘Tiro en la cabeza’, de Jaime Rosales, en la que interpreta un papel protagonista, el actor relata su detención por la Guardia Civil la noche del 26 de noviembre de 1985 en Errenteria, acusado de pertenecer a un comando de ETA. Copio y pego de ‘El País’: “Me llevaron a un río, me pusieron dos sacos plastificados que cerraron con cinta aislante y durante horas me sumergieron en el agua. Me trasladaron inconsciente a la casa cuartel de Intxaurrondo, y durante tres días me torturaron de diversas formas. Estaba desnudo, con un capirote que me tapaba la cabeza, en un piso vacío donde no me dejaron dormir y me siguieron pegando. Incluso apareció Galindo, que me quitó la capucha, me dijo si le conocía, que dijera lo que sabía y me retorció los testículos. Al tercer día me trasladaron a Madrid con una chica y otro chico. Más tarde me enteré de que eran la novia y el primo de Mikel Zabaltza, a quien tampoco conocía. Estuve siete días en las dependencias de Guzmán el Bueno y allí las torturas fueron psicológicas, aunque noté que algo había pasado, porque el trato mejoró mucho y los guardias civiles estaban muy nerviosos. Finalmente, me llevaron a la cárcel de Carabanchel, y allí los presos me preguntaron qué había ocurrido con Mikel Zabaltza, detenido el mismo día que yo; yo no me había enterado de nada, ni sabía quién era”. Como se sabe, el cadáver de Zabaltza apareció flotando en un río 20 días más tarde. Arretxe salió en libertad sin cargos. Denunció las torturas pero, tras pasar por cinco jueces, el caso se sobreseyó por falta de pruebas. Tras realizar estas declaraciones, que mancillan el honor de la Guardia Civil -en palabras de Enric González, “una de las pocas instituciones aún prestigiosas”, lo que hay que leer-, nadie llamó a declarar a Arretxe porque hubiera sido de mal gusto. No hubo reacciones por parte de ningún político en todo el arco parlamentario y una sociedad tan ‘normalizada’ como la española encajó el testimonio sin pestañear siquiera, incapaz de emitir una sola carta al director del periódico, ya fuera para lamentar, denunciar, desmentir o mostrar su solidaridad.
Paco Etxeberria: un clásico. El forense donostiarra se despachaba este mismo mes en ‘Gara’ con unas declaraciones que ya había efectuado anteriormente a todo el que quisiera oírle. Por resumir, Etxeberria acusa abiertamente a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de torturar sistemáticamente a miles de detenidos a lo largo de décadas, y a forenses y jueces de la Audiencia Nacional, de encubrir estas prácticas haciéndolas así posibles. Copio y pego: “En aquel tiempo, y se puede decir que también en todo el periodo posterior, los médicos forenses que estaban en la Audiencia Nacional no ejercían ni ética ni deontológicamente el mínimo esfuerzo que les correspondía. Son y han sido siempre encubridores. Y yo, que les he conocido personalmente, se lo puedo decir a la cara tranquilamente”. Y continúa: “Ell reproche, sobre todo, habría que hacérselo al juez. Y por eso llega un momento en que te preguntas: `¿Cuándo se acabarán las torturas?’ Está claro, el día en que se les puedan imputar estos hechos a los propios jueces. Así de claro. El juez tiene que hacer lo que sea para que esto no pase y, además, tiene todos los mecanismos para que no vuelva a pasar. Así que si no lo hace, es un encubridor». Lo normal es que le hayan llovido las querellas. No. ¿Habrá sido al menos llamado a declarar, no ya como testigo, sino como imputado? En absoluto.