En efecto: qué representan un puñado de escaparates rotos en comparación con la imparable laminación de los derechos adquiridos a lo largo de décadas de lucha por la clase trabajadora y disfrutados durante aún mucho más tiempo por las clases medias; qué suponen un puñado de contenedores ardiendo al lado de la amenaza que se cierne sobre los derechos laborales de las masas asalariadas; cómo no preguntarse quién resulta más letal para la población, si los oligarcas apiñados ayer en el Guggenheim o la treintena de encapuchados que en el nombre del Pueblo fueron destrozando cuanto comercio hallaron a su paso, en función de quién sabe qué criterios. Al fin y al cabo, Zara no encuentra el mercado para sus horrendos productos entre las elites extractivas, sino en el corazón de los pueblos de Europa, lo mismo da con que sin estado, al punto de que el máximo común denominador entre los habitantes del viejo continente pivota en esa pasmosa aunque incondicional devoción por los trapitos que Amancio Ortega despacha a precios de saldo.
Dicho lo cual, la primera constatación es que la derivada violenta de ayer en Bilbao obligó a alterar la convocatoria de las protestas, pero no afectó un ápice a la agenda de los rapaces invitados. Y cuando digo agenda, me refiero tanto al programa de actos previstos en Bilbao como a la batería de medidas apenas esbozadas pero ya en cartera. Como la experiencia demuestra la pérdida de tiempo que conlleva embarcarse en discusiones en torno a qué está bien y qué está mal, qué es legítimo y qué un exceso, saltémonos el engorro de los debates ético-morales y pasemos directamente a las conclusiones, que se podrían resumir perfectamente en la idea de que el vandalismo desplegado ayer no sirvió para nada. Como no podía ser de otra forma, por otra parte, dado que, a excepción de su irrelevante majestad, todos los anfitriones del Foro España 2014 son los cargos elegidos por los clientes de El Corte Inglés y nada apunta a que vaya a cambiar en futuras citas con las urnas y los votos.
Puestos a extraer enseñanzas de provecho sobre lo acontecido ayer, apunten: quienes arremetieron contra la cristalería comercial de la Gran Vía bilbaína lo hicieron porque queriendo hacerlo, pudieron hacerlo. Simplemente, las circunstancias lo permitían y la invocación a los más nobles motivos no pasa de ser hojarasca y retórica.No hubo sacrificio, sino disfrute; ni rastro de revolución, sólo la efímera épica de dos teleberris. Pues bien: idéntico esquema rige la actuación de la Troika. Cada vez que te preguntes por qué motivo Christine Lagarde exige otra vuelta de tuerca, respóndete: porque quiere y, sobre todo, porque puede. Igualmente preñadas de los más elevados ideales como es la búsqueda del bien común, tampoco pasan de la farfolla. La realidad en pelotas es que nos hacen lo que nos hacen porque, siendo efectivamente lo que más les apetece, resulta que también pueden permitírselo. Por cierto, está más dañada Donostia por los temporales que Bilbao por las protestas.