Cinco siglos después de que Shakespeare proclamara aquello de que “La vida es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia”, ya tenemos el nombre del idiota: primera revelación. Y ha resultado que ‘idiota’ que damos a todo un colectivo, segunda revelación. Y además cuenta con la colaboración de otros insignes ‘periodistas de raza’ que en cuanto sean cadáveres ascenderán a la categoría de ‘maestros de periodistas’, así como por diputados -entre ellos, el actual presidente del Gobierno-, senadores y presidentes autonómicos, amén de una turbamulta de descerebrados cuya disposición mental ante cualquier patraña sólo puede describirse como de absoluta postración. Porque lo que más llama la atención de “las mentiras del 11-M” es su ínfima calidad, impropias hasta en un niño de seis años, y no obstante, vigentes durante toda una década. Tercera y última revelación.
Para ser del todo justos, las mentiras empezaron cuando una emisora de radio, apremiada por la inminencia de la cita electoral, trató de despejar cualquier duda informando de la existencia de suicidas entre los restos de los trenes, pese a que jamás existió indicio alguno que apuntara en esa dirección. No obstante, el embuste cumplió su misión. A partir de ahí, cambió el emisor, y el hecho de que yihadistas y etarras utilizaran el mismo matacucarachas que miles de españoles, la supuesta y rocambolesca escena de un ‘Josu Ternera’ mascullando por los aeropuertos europeos algo así como “se van a enterar estos españoles”, la confusión de una cinta de la Orquesta Mondragón con una tarjeta del Grupo Mondragón que, por otra parte, tampoco hubiera aportado nada o las melonadas de un minero desgarramantas que, según propia confesión, se “divertía” engañando a los magníficamente pagados sabuesos de ‘El Mundo’ se convirtieron en pruebas irrefutables de algo a lo que tampoco se terminaba de dar nombre, pero en lo que, además de ETA, también estaba involucrados PSOE y servicios secretos marroquíes. Y miles de ciudadanos, de cuya capacidad mental cabe dudar, se las creyeron con esa fe ciega que sólo despiertan las historias rocambolescas, dado que a partir de cierto grado de disparate, la adhesión sólo se produce en grado de fanatismo, sirva esto tanto para las leyendas sobre los muertos que resucitan al tercer día como para las teorías sobre el papel de los marcianos en la construcción de las pirámides de Egipto.
Y lo que queda después de tanta farfolla no es baladí, sino el mayor esfuerzo mediático realizado en Europa para exculpar a algunos de los responsables del atentado más grave de cuantos se han cometido en el viejo continente tras la II Guerra Mundial, a excepción del de Lockerbie. Dicho en otras palabras: de haber prosperado la patraña, parte de los perpetradores hubiera quedado en libertad. Ahora dice el magistrado que dictó la sentencia que “con la vigésima parte de la prueba que hemos considerado en el juicio del 11-M hemos condenado a toda ETA”. La frase da como para todo un estudio comparativo entre las sociedades española y vasca si de ‘sociedades enfermas’ hablamos porque se ve que en esto también hay grados. Y para concluir, 2.200 familias afectadas que ejemplifican hasta qué punto es hojarasca cuanto algunos puedan decir sobre el respeto a las víctimas. Sirva como remate a todo este despropósito el recuerdo de que mientras periodistas de pro, estadistas de talla internacional e incluso la propia ONU mentían como bellacos, el dirigente de Batasuna Arnaldo Otegi ofrecía a la opinión pública lo que años después se demostró que era “la verdad judicial”. De locos.