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Alberto Moyano

El jukebox

2016: paisaje después de la tormenta

1) En contra de la teoría espolvoreada en los últimos días, el problema del proyecto de Donostia 2016 no ha radicado en las discrepancias políticas en el seno del Patronato de la Fundación, sino todo lo contrario. El organismo que rige los destinos de la Capitalidad Cultural ha vivido inmerso en el sopor que tan sólo la armonía está en condiciones de proporcionar, un sopor del que periódicamente ha salido sobresaltado a golpe de descargas eléctricas ocasionadas por el rosario de dimisiones. Al igual que en su día pasó con Tabakalera, el liderazgo compartido se caracteriza por la tendencia a diluir las responsabilidades, de forma que cada institución se descarga en la de al lado, en la confianza de que ya se estará ocupando de todo. Quizás ha faltado que alguna se atreviera a pronunciar una de las palabras más bellas que existe en cualquier lengua: no/ez

2) El proyecto supuestamente basado en la transparencia ha resultado un imperecedoro monumento a la opacidad. No ahora; desde sus inicios. Cuando Donostia 2016 era apenas un cigoto, no había nada que contar. Cuando fue tomando cuerpo como candidatura -claramente favorita a tenor de los elogios del jurado- no se podía contar nada “porque nos copian las otras ciudades rivales”. Cuando se llevó la designación, porque el documento con el que ganó el feroz concurso tenía trazas de arcano indescifrable jalonado de faros, del que apenas se podía concluir que todo esto tenía como objetivo hacernos “mejores personas”, sea lo que sea esto. Tras la proclamación, tampoco había mucho que contar porque tocaba un período de introspección que ha alcanzado su cima durante los siete meses que Nogeras ha ocupado la dirección general. Si todo lo anterior ya resulta extravagante, la impostura resulta insostenible cuando para colmo se apela a las “olas de energía ciudadana”.  Si ni los principales creadores -o ‘agentes culturales’, como a algunos les gusta llamarlos- son capaces de balbucear dos frase coherentes sobre la Capitalidad Cultural, qué decir de una ciudadanía que observa estupefacta, aunque indiferente, el devenir de los acontecimientos.

3) Con todos las personas que han pasado por el proyecto, más o menos fugazmente, y que por las más diversas razones lo han abandonado, se podría formar un equipo imbatible. Del proyecto original, sobrevive Santi Eraso, para el 2016, una mezcla de lo que Juanito Oiarzabal y José Luis Korta son para ‘El conquis’. Porque de entre la turbamulta en la que ha vivido el proyecto emerge una verdad: cada nuevo nombramiento ha hecho bueno al anterior. La ruptura de esta inercia determinará el éxito o el fracaso de Xabier Paya y del futuro nuevo director del proyecto, que debería olvidarse de los contenidos culturales y centrarse en la captación de fondos, exprimidos los públicos, mediante los patrocinios privados. Porque a falta de año y medio, ya se puede confesar abiertamente que no estamos ante un proyecto cultural, sino ante uno estrictamente turístico, en el que la creación y exhibición de contenidos son las herramientas al servicio de los ingresos económicos. Formulado en estos términos, esto no tiene por qué ser ni bueno, ni malo: simplemente, es así.

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