El magistrado de la Audiencia Nacional y vocal del Consejo General del Poder Judicial Fernando Grande-Marlaska concedió ayer a ‘La noche en 24 horas’ su segunda entrevista a corazón abierto, si contamos el masaje tailandés que Rosa Montero le propinó en El Semana del País allá por julio de 2006. En esta ocasión, el juez se sentó ante cuatro periodistas más el presentador y hay que reconocer -porque es de Justicia- que fue más honesto el entrevistado que los entrevistadores por cuanto mientras el primero admitió de entrada que había cosas a las que no podía responder, los segundos se guardaron para sí que había otras sobre las que no podían preguntar. Así, mientras en un clima de compadreo infame y, desde mi punto de vista profesional, vergonzante, los ‘notarios de la realidad’ alababan la labor pedagógica que con sus prolijas explicaciones que sobre los temas más peregrinos estaba ejerciendo el magistrado, éste saludaba a la afición. Desde la serenidad democrática: cuando un cualificado forense de renombre internacional o probada diligencia dice que la tortura acabará “el día en que se les puedan imputar estos hechos a los propios jueces” y que éstos disponen de “todos los mecanismos para que no vuelva a pasar”, de tal forma que si no los ejerce “es un encubridor» y recuerda que Grande-Marlaska lleva diez años ejerciendo en este tribunal sin que se le conozca actuación alguna en este sentido, uno espera que se le pregunte su opinión. Es más: es difícil calibrar cuán interesante sería el resultado de la colisión frontal entre las convicciones más o menos fundamentadas del juez y las pruebas materiales del científico.

Obviamente, lejos de cualquier corporativismo, ni uno sólo de los cinco periodistas preguntó a Grande-Marlaska por la decisión de su colega en el Tribunal madrileño de impedir que los medios gráficos tomen hoy imágenes frontales del exinspector Antonio González Pacheco, alias ‘Billy el Niño’, acusado de torturar a trece personas. Una excepción inexplicable, dadas las jugosas imágenes que la Audiencia Nacional sirve a diario de otros procesados que, eso sí, no delinquieron presuntamente en nombre del Estado. A González Pacheco se le podrá grabar durante unos breves minutos la nuca, ante el riesgo evidente de que en su rostro alguien pueda verse reflejado como en un espejo. En lo que respecta a Grande-Marlaska -digámoslo ya: el guión entre sus dos apellidos es un postizo fruto de algún ataque de pedigrí-, su grandeza depende más del tamaño de los pigmeos que le colocan al lado a modo de atrezzo que de su auténtica estatura.