Cada vez que escucho el popular eslogan «lo personal es político» me pregunto, por un lado, qué fue de las «condiciones objetivas» a las que apelaba la tradición marxista y, por otro, si los condenados por asesinar a su pareja caben bajo el paraguas semántico de «presos políticos» en atención a sus motivaciones. Al hilo de los últimos acontecimientos, se abre paso la audacia: cualquier hombre milita en el bando opresor por el mero hecho de serlo.
Así, aunque cueste aceptarlo, en ‘Te recuerdo, Amanda’, el bando opresor se encuentra representado por Manuel. Del papel que jugó en todo esto el bardo blanco Víctor Jara, mejor ni hablamos. Si Iggy Pop aullaba ‘Quiero ser tu perro’ tan sólo estaba disimulando y sin salir del ámbito canino, el Jacques Brel que cantaba «déjame convertirme/ En la sombra de tu perro», debería haber tenido la gentileza de caminar varios pasos por detrás, dadas las veces que un can ha mordido a un niño y casi nunca al revés, excepto en la facultades de Periodismo. En cuanto a Jimmi Hendrix consiguió lo imposible: que la liberación femenina de la época quemara su sujetador a los sones de lo que hoy se consideraría la más explícita apología de la violencia de género. ‘Las señoritas de Avignon’ es sexista, llegado el caso, se documentará la biografía de Picasso como prueba irrefutable, y a Luis Eduardo Aute, casi nos los saltamos: «Una de dos, / o me llevo a esa mujer / o te la cambio por dos de quince, / si puede ser».
El neopostfeninismotrans se le ha ido a alguien de las manos, no obstante, no le faltan animales de compañía dispuestos a conducirlo hacia el despeñadero. Desconfío de quienes se abren paso a codazos en la manifestación para hacerse como sea un hueco en la pancarta y me recuerdan poderosamente a aquel blanquito que, puño en alto, proclamaba: «Soy negro y estoy orgulloso». O, por recurrir a un caso más cercano, a esas centrales sindicales que todos los 8 de marzo nos recuerdan que las mujeres cobran un 20% menos que los hombres por desempeñar el mismo trabajo, pero omiten cómo tal discriminación puede perpetrarse sin la infame complicidad de los comités de empresa. A ver si va a resultar que quien más grita es el que más debería callar, al fin y al cabo, el ruido es un disfraz como cualquier otro.