En el fondo, sabíamos que Obama iba a ser un fraude que acabaría devorado por su propio cargo, pero quisimos que ganara las presidenciales en EEUU, en la confianza de que algún supremacista blanco le volara la cabeza el día de la investidura para así pegar su foto en nuestro avatar. Lo sabíamos con la misma certeza sin fisuras con la que en su momento supimos qué es lo que debían elegir franceses, escoceses, ucranianos o italianos. Somos como esos aficionados durmientes a todos los deportes que súbitamente despiertan cada cuatro años, con motivo de los Juegos Olímpicos, y de inmediato comienzan a impartir instrucciones frente al plasma sobre las más variopintas disciplinas, incluido el curling.
Ahora sabemos lo que deben votar los griegos en virtud de lo que les conviene y, sobre todo, de lo que creemos que nos conviene. La revolución, como el matrimonio, por poderes. Prueba tú primero y a ver qué pasa. Y todo esto desde un país que jamás dijo ‘no’a algo y que siempre aprobó por aclamación las propuestas por las que abogaba el poder en las escasas ocasiones en las que fuimos convocados a votar en referéndum, de la Constitución española a la europea, pasando por la OTAN, así fuera preciso cambiar de caballo en plena carrera. Ahora, con motivo del anticipo electoral en Grecia, pasma contemplar cómo los mismos que ante cualquier derrumbe económico que da al traste con miles de puestos de trabajo apelan sin parpadear al “cambio de modelo de negocio”, se soliviantan ante las amenazas del FMI, como si este organismo no tuviera el suyo propio. Está por ver que el miedo vaya a cambiar de bando; la que ya lo hizo hace tiempo fue la soberanía nacional. Es más: si ni con la oposición de un organismo tan desprestigiado como el FMI es capaz Syriza de arrasar en las elecciones es que la izquierda radical griega está conformada por un atajo de inútiles y su electorado continúa siendo clase media, por mucho que ahora en versión ‘low cost’. Ítem España: en menos de un año veremos si Podemos es una alternativa o una bravuconada. Y a quién le empiezan a temblar antes las piernas, si a sus dirigentes ante los abismales compromisos del poder o al votante frente a la urna.