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Alberto Moyano

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Euskoreggaeton

En la canción ‘Zubietako neskat xentzat’, se dice: «A las muchachas de Zubieta / se ha extendido la fama / de que ellas andan / tras los gallegos». Y eso no parece que gustara a los vecinos. Un paso más allá va la madre, un tanto xenófoba, de ‘Frantziako anderea’, que no se anda con rodeos y le canta a su hijo: «A lugar solitario vete / y has de matarla, / yo no quiero ver / nuera francesa». No es el único estigma social que encuentra lugar en el cancionero popular vasco . En ‘Aitak erran zauten neri’, la letra reza así: «El padre me dijo: / «Deja a esa muchacha. / ¿Para qué la quieres? / si siempre está enferma». En la popular ‘Pello Joxepe’, el protagonista canta sus estrofas: «Un cura se me ha llevado / a la mujer y a la criatura./ Aunque la criatura era suya / la mujer era mía». Y más: «Antes de casarme yo era algo; una vez casado, nada (…) Mi mujer está vaga, no es la única en el mundo / le gusta el dulce, no quiere trabajar / jamás estará bien el marido de una como ella», escribió el inmortal bardo Iparragirre en su composición ‘Nire Andrea’. Y luego ya, sin letra, disponemos también de la melodía ‘Neska gizonkoiak erritik bot zeko soñua’ que, interpretada por un tamborilero, acompañaba hasta las afueras del pueblo a las mujeres que no observaban las adecuadas normas de conducta. Por no aburrir, sirvan estos ejemplos como ilustrativos del ancestral arraigo que la misoginia tiene entre nosotros. Obviamente, este fermento ideológico no es algo privativo de la cultura vasca en exclusiva, como tampoco lo es del ahora bajo sospecha ‘reggaeton’. Se dirá que las citadas canciones vascas son tonadillas de antaño, pero en ese caso habrá que mencionar que convivían con otras composiciones de carácter –cómo decirlo– un poco más «protesta». Como ‘Haurtxo txikia’, en la que «el padre está jugando a las cartas, la madre trabajando. ¡Esto sí que es deplorable (…) La pobre madre, con tanto trabajo, se nos ha echado a perder / aún así papá no se ha apiadado de ella ni una pizca (…) Siempre llorando y disgustada, sin alegría por ningún lado / desde que la madre se fue al cielo, nadie tiene amor».

Como cualquier otro, también el cancionero vasco es reflejo de la sociedad que lo alumbra. Y el caserío, más allá de su idílica imagen asociada a la nostalgia, ha sido antes que nada y por siglos el infierno doméstico y laboral de la mujer, reducida a una condición a medio camino entre el esclavo y la bestia de carga. Ítem el pueblo, tan bucólico en el imaginario colectivo. Cuando se dice aquello de «porque fuimos, somos», habrá que preguntarse exactamente qué es lo que fuimos y a qué nos referimos en concreto con lo de «somos». Ahora, algún ayuntamiento guipuzcoano desaconseja el reggaeton por considerar sus letras «humillantes y machistas». Hay puertas que antes de abrir conviene saber que luego no se pueden cerrar. Una escucha medianamente atenta del ‘Hey Joe’ que cantaba el venerado Jimi Hendrix pondría los pelos de punta a más de uno y del repertorio flamenco, mejor ni hablamos. Lo mismo que del fado, el tango, el jazz, el blues, el pop y el rock and roll. En cuanto a lo de «humillantes y machistas», está bien; tan sólo recordar que siempre habrá alguien quien considere que también los plásticos negros lo son.

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