Se ha hecho como si en la pancarta rezara la leyenda «Gora ETA».
Se ha hecho como si la pancarta la exhibiera el héroe, no el villano, de la obra.
Se ha hecho como si la obra no se hubiera representado antes en Granada.
Se ha hecho como si los niños madrileños supieran leer «Alka» y deducir que se refiere a Al Qaeda, como si supieran qué es «ETA» -probablemente ni habían nacido la última vez que mató- y como si conocieran el significado de la expresión euskérica «Gora», sin la cual no existe ‘enaltecimiento’.
Se ha hecho como si la denominación «Alka ETA» no la hubiera acuñado de facto la prensa y los políticos que empeñaron lustros en atribuir el 11-M a tan imaginaria organización terrorista.
Se ha hecho como si cada actor que interpreta a un asesino se dedicara en realidad a quitar vidas y como si cada actor que muere en una película pasara efectivamente a mejor vida en la realidad.
Se ha hecho como si Bruno Ganz asumiera la ideología nazi.
Se ha hecho como si el juez Ismael Moreno no tuviera más remedio que actuar de la forma en la que ha procedido.
Se ha hecho como si todos los jueces y fiscales que en las últimas décadas han visto impávidos cómo en rodajes y filmaciones los extras se manifestaban al grito de «gora ETA militarra» hubieran incurrido en un delito de prevaricación a causa de su pasividad.
Se ha hecho como si a ninguna asociación le hubiera molestado que en ‘Vaya semanita’ guardias civiles y etarras bailaran al son de los Village People o como si las marionetas de los ‘batasunis’ no escenificaran la quema de contenedores.
Se ha hecho como si de las consideraciones estéticas, o morales se dedujeran figuras delictivas. Como si el hecho de tener o no gracia determinara el ingreso o no en prisión.
Se ha hecho como si los titiriteros pudieran huir a algún país extranjero sin convenido de extradición con España, pasar a la clandestinidad, destruir las marionetas y todas las grabaciones existentes de la obra o ponerse a representar la pieza compulsivamente en cuanto los soltaran.
Se ha hecho como si los titiriteros hubieran gritado «Gora ETA», equiparándolos frívolamente a cualquiera que efectivamente haya gritado «Gora ETA».
Se ha hecho como si cada vez que pones en escena a «un hijo de puta» fuera obligatorio aclarar que estás interpretando a un «hijo de puta». El actor Francesc Orella lo hizo. Innecesariamente: interpretaba a Galindo.