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Alberto Moyano

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Historia de mi única matrícula de honor

Tengo el inmenso honor de haber obtenido únicamente una matrícula de honor a lo largo de mi dilatadísima carrera como estudiante. Pero tengo una coartada: fue por necesidad. Ahora me he perdido sólo como funciona todo el indescifrable entramado societario de créditos, exámenes y trabajos, pero en los ochenta cada asignatura pendiente de un curso universitario para otro suponía 10.000 pesetas de recargo en la matrícula del año siguiente. De la misma forma, cada matrícula de honor te permitía descontar 10.000 pesetas en la tasa del curso siguiente.

Supongo que sería a comienzos de 1988 cuando se supo que Bruce Springsteen actuaría el siguiente verano en Barcelona y Madrid. Tres años antes, se saltó España y lo más cerca de Donostia en donde había tocado había sido en Montpellier. Hoy en día, 31 años después, da igual la circunstancia en la que sea, si surge la palabra ‘Montepellier’ siempre apostillo: “Ahí tocó Springsteen”. Por fortuna, no sucede a menudo. Con esto sólo quiero subrayar la profundidad del trauma y el imborrable recuerdo que me dejó un momento que no viví, excepto de forma vicaria. Sí: la falta de liquidez que caracterizaron los primeros veintitantos años de mi vida me había impedido ir, pero en 1988 me iluminé: pacté con mis padres que si lograba una matrícula de honor me darían las 10.000 pesetas que se ahorrarían en la matrícula del año siguiente para que fuera al concierto de Madrid. Visto ahora, fue un tanto mezquino, pero en mi descargo debo decir que si aceptaron el trato, intuyo que fue porque el histórico acumulado apuntaba a cualquier cosa, excepto a una matrícula.

A continuación fijé el objetivo: Teoría General de la Información (TGI). Se impartía en Segundo de carrera y por alguna razón vi posibilidades. Más aún cuando el profesor daba a elegir entre examen y trabajo. Descarté el examen y propuse un ambicioso proyecto: un estudio sobre el mal en la literatura de Baudelaire, Poe, Melville y Stevenson. Leí, anoté, fusilé, especulé, aventuré hipótesis y refuté teorías. Cité fuentes, entrecomillé citas. Durante meses llené folios y folios. ¿Cuál era el máximo de matrículas que un profesor podía conceder por curso? Creo que ocho, pero lo mismo eran diez. En clase éramos ciento y pico alumnos, contando los que vivían en la cafetería y los que sólo llegaron a conocer el campus en los exámenes de junio.

Obtuve la matrícula. Fui al concierto. El 2 de agosto de 1988. El País tituló: ‘La sencillez y el exceso’. El concierto arrancó con ‘Tunnel of Love’ y se cerró con ‘Twist & Shout’, exactamente igual que en 2008 en Anoeta, lo cual obliga a preguntarnos si hemos llegado realmente muy lejos. La nota que el profesor me envió comunicándome la concesión de la matrícula de honor aún sigue en casa de mi madre a la que, de cuando en cuando, le da por revisar viejos papeles. Cuando lo hace, al día siguiente siempre me pregunta: “Oye, ¿cómo es que una vez sacaste una matrícula de honor?”. Y entonces voy y le cuento todo esto.

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