Alberto Moyano

Cuenta hoy ‘El Mundo’ que algunos sectores tradicionalmente alineados
con la oposición más férrea a visitar la memoria histórica lleva una
temporada tremendamente inquieta por internet, a vueltas con una
canción de Víctor Manuel dedicó a Franco en 1966, bajo el título de ‘Un
gran hombre’. Vaya por delante que los versos son tan horrendos que
parecen concebidos para vejar al personaje al que van dedicados. Ahí
van:

Hay un país
que la guerra marcó sin piedad.
Ese país
de cenizas logró resurgir.
Años costó
su tributo a la guerra pagar.
Hoy consiguió
que se admire y respete su paz.
No, no conocí
el azote de aquella invasión.
Vivo feliz
en la tierra que aquél levantó.
Gracias le doy
al gran hombre que supo alejar
esa invasión
que la senda venía a cambiar.
Otros vendrán
que el camino no habrán de labrar.
Él lo labró,
a los otros les toca sembrar.
Otros vendrán,
el camino más limpio hallarán.
Deben seguir
por la senda que aquél nos marcó.
No han de ocultar,
hacia el hombre que trajo esta paz,
su admiración.
Y por favor pido siga esta paz

«Era un crío, no sabía lo que hacía», alega el cantautor asturiano,
vecino a día de hoy de José María Aznar en una selectísima urbanización
madrileña, sin que en este caso quepa atribuir la elección a razones de
edad o senilidad mental.
Antes también les tocó a otros recibir en la plena cara las tartas
elaboradas a base sus escritos juveniles y aquí viene a la memoria el
recuerdo de Eduardo Haro Tecglen, que se tiró años explicando que sus
loas al caudillo, al régimen y a la santa cruz respondían a un
meritorio intento de lograr la conmutación de la pena de muerte que
pesaba sobre su padre.
En realidad, la actitud de estos selectivos memorialistas parece
responder más a una actitud vital que política, una especie de
condición del alma que, a falta de una expresión mejor, podríamos
definir como de alguacil de pueblo, dicho sea todo esto sin perjuicio
de la también muy plúmbea trayectoria musical del autor de ‘El abuelo
Víctor’.