Alberto Moyano
Tras poner las patas encima de la mesa en compañía de Bush y cerrar un par de periódicos que la gente no debía leer, el ex presidente Aznar se retrata como el liberal que siempre ha sido y anuncia que no le gusta que le digan que “no puede ir usted a tanta velocidad, no puede comer hamburguesa de tanto (¿?) o se le prohíbe beber vino. Déjeme que decida por mí, que en eso consiste la libertad”.
En eso consiste la suya y en no cruzarse en la carretera con una ex presidente borracho la de todos los demás. A su hijo ya le multaron en Italia por exceso de velocidad al volante de ¿un Lamborghini? ¿Quiere Aznar vivir deprisa? Adelante, hombre, pero eso sí, que se vaya olvidando de dejar un cadáver bonito.
A pesar de lo que la simpleza del discurso parece indicar, lo cierto es que el marido de la Botella no es exactamente su creador. Es más: tanto viaje a Georgetown y tantas estancias en el rancho de George comienzan a pasarle factura. El aparato teórico que sustenta esa zaborra ideológica de ‘cuanto menos Estado mejor’ forma parte arraigada del acerbo cultural del ultraderechismo estadounidense. El mismo que, llevado a su extremo, engendra ciudadanos como aquél que en ‘Bowling for Columbine’ defendía su derecho a guardar una bomba atómica en casa bajo el amparo de no sé qué enmienda de la Constitución.
Aquéllos que se niegan aún a aceptar la dolorosa realidad de que esta mente privilegiada fue la encargada de gobernar España durante ocho años -como el director de Tráfico, Pere Navarro-, atribuyen el desliz de José María a la ingesta previa de algunas copichuelas. El resto no somos tan optimistas, pero nos conformamos con que le quiten algunos puntos del carné y se los apliquen en la boca. Aunque sólo sea por Rajoy, el pobre.